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COLUMNA

Seis meses de crímenes de guerra

ARTURO SARUKHÁN

Parece que ha pasado una eternidad desde ese sombrío amanecer invernal del 24 de febrero, antes de que Bucha, Irpin, Kramatorsk y Mariupol se convirtieran en sinónimos de la guerra más sangrienta en Europa desde 1945. A seis meses del inicio de la agresión premeditada de Moscú contra una nación soberana, tropas ucranianas y rusas están hoy estancadas a lo largo de 2,400 kilómetros de la línea del frente, atrincherándose para el invierno que se avecina. La guerra, sus costos humanos y económicos, su brutalidad, sus implicaciones geopolíticas, la amenaza latente de una profundización o un escalamiento, ahí siguen, no se han disipado.

Pero además está la guerra, y luego está la guerra en torno a la guerra. ¿Se trata de una invasión en la que tropas rusas han cometido centenares de crímenes de guerra en pleno siglo XXI, o es la patraña de una "operación militar especial para evitar el genocidio" de ruso-parlantes por parte de los "nazis ucranianos"? La capacidad de Occidente para ganar de manera convincente este debate radica en lo que debiera ser precisamente una de las mayores armas contra Putin: sus crímenes de guerra. Todas las investigaciones periodísticas y los datos duros y testimonios sobre el terreno demuestran que las atrocidades han sido un patrón de conducta ruso persistente y constante. Por el bien tanto de la justicia, de un orden internacional basado en reglas, del principio de la responsabilidad de proteger como de la opinión mundial, ese argumento tiene que ser articulado con absoluta claridad moral, movilizando al lenguaje, como lo hizo en su momento Churchill, para enviarlo a la guerra. Sin embargo, Estados Unidos -que ha encabezado muchas de estas acusaciones- ha sido, durante décadas, fatalmente ambivalente acerca de los crímenes de guerra. Su propia historia de evasivas morales -sobre todo en Irak, pero también con respecto a la Corte Penal Internacional, la única institución que eventualmente podría llevar a Putin y sus subordinados ante la justicia- amenaza con hacer que la acusación de que éstos los han cometido sistemáticamente en Ucrania parezca más un arma útil contra un rival que una reafirmación de un principio universal.

Al final del día, la prueba para cualquiera que insista en la aplicación de un conjunto de reglas es si se sujeta a esas misma reglas. La única forma de poner fin a este tipo de doble rasero es contar con un tribunal supranacional para llevar ante la justicia a quienes violen las leyes de la guerra, sean quienes sean y cualesquiera que sean sus supuestos motivos. Le toca a Ucrania elegir que sea la CPI el organismo que investigue y procese las atrocidades rusas contra su pueblo. Esto significa que si va a haber alguna posibilidad de llevar al liderazgo ruso ante la justicia por crímenes de guerra, debe recaer en la CPI y en su legitimidad. Pero cuanto más tiempo practique la evasión y la prevaricación EU con respecto a la CPI, más fácil le resultará a Putin descartar la indignación de buena parte de la comunidad internacional como histriónica e hipócrita, y más inclinados estarán otros países -como México, que se hace lelo ante esos crímenes de guerra escondiéndose detrás de clichés, banalidades y equívocos de la dizque "neutralidad" o la no intervención, o argumentando que expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sería "contraproducente"- a escudarse en el cinismo o la evasión.

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Escrito en: Editorial Arturo Sarukhan editoriales

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