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Si hay guerra en Ucrania será, en buena parte, por el gas de Rusia

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

La escalada entre Rusia y las potencias occidentales en torno a Ucrania va en aumento. Continúa el envío de armas, equipos y tropas. Preocupa la sensación de anticipación de una próxima confrontación bélica, ante los múltiples preparativos y el despliegue de efectivos adicionales, ahora en las fronteras de países vecinos como Bielorrusia y Polonia, existiendo un estado de alarma en los países bálticos. Igualmente, más ejercicios militares, navíos de guerra en el Mar Muerto y el Mediterráneo y la puesta en alerta de buques y aviones caza de países nórdicos. Hay nerviosismo en los mercados de energía y pesimismo entre diversos analistas. La reciente sesión del Consejo de Seguridad de la ONU no logró aquietar las tensiones o rencausar los esfuerzos diplomáticos en curso sobre la crisis. No hay una solución militar al conflicto y alcanzar acuerdos y establecer compromisos está probando ser muy difícil.

Resulta particularmente grave que los contactos, encuentros y diálogos, al más alto nivel, destinados a encontrar salidas, incluida una solución diplomática duradera, estén teniendo lugar cuando todos los protagonistas parecen estar empeñados en sacar ventajas, ofuscados y atrapados ante la complejidad y gravedad de una situación de crisis. Concuerdo con Arturo González, mi colega editorialista en estas páginas, que el notorio recelo con que actúan los Estados Unidos, la Unión Europea, Reino Unido, China y Rusia no es gratuito. Son precisamente esos estados los que han aumentado sus capacidades militares e incrementado su peso y su presencia en los asuntos mundiales, al grado de significar un serio desafío para el orden mundial liberal bajo la hegemonía estadounidense.

En torno a Ucrania hay mucho más en juego que sólo la expansión o contención de la OTAN, la posible retirada de armas nucleares estadounidenses de Europa, está su presencia militar que incluye el despliegue de sistemas de intercepción de miles balísticos en Polonia y Rumania y nuevas bases de aviones no tripulados (drones), además de las demandas y garantías respecto del perímetro de seguridad de Rusia con Europa y las antiguas repúblicas soviéticas, después de tres décadas del colapso de la URSS. En efecto, en los hechos, Rusia y China "caminan hacia una alianza informal que se traduce en comunión de intereses políticos, intercambio de beneficios y complementariedad de capacidades", teniendo como objetivo último construir un orden mundial multipolar, en donde las grandes potencias tengan sus áreas de influencia, sin que EUA pretenda actuar como "policía global" para condicionar su rol mundial. Lo anterior se pudo constatar en la última reunión de Putin y Xi Jinping, que puso de manifiesto los intereses compartidos. Aun teniendo distintas narrativas, la alianza entre Rusia y China crece.

El embajador Arturo Sarukhán, mi colega del Servicio Exterior, ha señalado: "Putin busca reconfigurar las fronteras europeas en la post Guerra Fría al establecer una amplia zona de seguridad dominada por Rusia y lograr que Ucrania vuelva a la órbita de Moscú, si es necesario, por la fuerza". Lo que suceda en las próximas semanas, ciertamente, puede ser un momento trascendental, no sólo para el presidente Biden y nuestro vecino del norte, sino para la estabilidad, la paz, la seguridad y el derecho internacionales en el siglo XXI.

Sin embargo, en cualquiera de estos análisis y pronósticos, no debe excluirse un componente que le otorga a Rusia una ventaja estratégica. La mitad del gas ruso que fluye hacia Europa atraviesa Ucrania, (la cual le adeuda, desde hace tiempo, miles de millones de dólares por su suministro de gas). Ucrania es el gran conector entre Rusia y miembros de la Unión Europea. Adicionalmente, hay que subrayar que Rusia y Ucrania son dos importantísimos productores y exportadores de productos agrícolas. Los países europeos dependen para su consumo en más de un 40% del gas -y en un 26% del petróleo- provenientes de Rusia. Alemania, la primera economía europea, tiene una marcada dependencia energética de Rusia, de un 55% respecto del gas, lo que explica, en parte, la postura reacia del nuevo gobierno alemán a la imposición de un nuevo paquete de sanciones y represalias contra Moscú o la venta y entrega de armas a Ucrania. Está de por medio, además, la apertura o cierre del controvertido gasoducto submarino Nord Stream 2 que los enlaza a través del mar Báltico. Otros países del entorno europeo, como Argelia, Azerbaiyán, Qatar, Turquía e Israel están en feroz competencia para proveer más gas natural a Europa y podrían ofrecer alternativas si hay un colapso o cortes en el suministro. La operatividad y seguridad de las redes de gasoductos cobran singular importancia.

Como se sabe, las guerras convencionales y cibernéticas incrementan las ganancias y los márgenes de maniobra de las potencias y estimulan a las empresas y empresarios ligados a los consorcios de las industrias militares y tecnológicas. Pero una inminente invasión de Ucrania y un conflicto militar en este escenario europeo podría conducir a una gravísima crisis energética regional, generando grandes incertidumbres al estar ya al alza los costos y precios de la electricidad, del petróleo y de la energía, con una inflación global no transitoria. Esta explosiva combinación podría tener impactos negativos formidables para el conjunto de la economía mundial. A medida que aumenten las incertidumbres, se incrementará el riesgo de tomar decisiones erróneas.

Si se produce esta guerra en Ucrania no habrá sido por ambiciones territoriales sino por el predominio geo energético.

@JAlvarezFuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes editoriales

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