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Recuerdos de una vida olvidable...

Sobre el liderazgo y los tiempos del terror

MANUEL RIVERA

Intento controlar o aceptar el terror que durante la semana transmitieron los medios de comunicación masiva en cumplimiento de su misión.

Ninguna de las dos cosas puedo hacer. Opto entonces por permitir que la memoria recorra un par de casos sobre el liderazgo.

El primero corresponde al de los pilotos de un bombardero B26 estacionado durante los 80 en un aeropuerto contiguo a la carretera que une a Monterrey con Laredo.

El avión de combate convertido en nave apagafuegos estaba siendo cargado con agua y bentonita, mezcla que sería utilizada para combatir un incendio forestal. Gracias a la gestión del industrial nuevoleonés que aportó la materia prima para combatir el fuego, los pilotos habían aceptado mi compañía para hacer la crónica periodística de su acción.

Cuando a través de una escalera vertical contigua al tren delantero de aterrizaje ingresé a la nave, también entró conmigo la confianza que me inspiraban los líderes de la misión. Pensé que en la Segunda Guerra Mundial ellos pudieron estrenar esta aeronave, por lo que la conocían tan bien que podían elevarla hasta con los ojos cerrados.

Pronto cambiaría mi visión de su liderazgo.

Cuando el avión se lanzó por segunda vez en picada para vaciar su carga, observé que el piloto veía con preocupación el tablero de instrumentos, lo que en ese momento no interrumpió mi tranquilidad. Sin embargo, una inesperada acción del copiloto, y la también insospechada respuesta del capitán de la nave, destrozaron mi certeza de conocer el mañana.

Al acercarse vertiginosamente el bosque en llamas, el copiloto quiso hacer una súbita maniobra a iniciativa propia, acción que no logró consumar porque con un fuerte manotazo, acompañado de un insulto en inglés, el piloto le retiró la mano de los controles.

Tras recuperar la nave, percibiéndose tenso el ambiente en ella, el capitán la dirigió hacia el aeropuerto trazando, por la falla de un motor, un lento recorrido a baja altura que me hizo conocer la religiosidad que apenas unos minutos atrás ignoraba tener, acabando, simultáneamente, con mi fe en la tripulación. Pisé tierra sin más lesiones que las causadas a mi ateísmo.

Poco después entendí que la capacidad para inspirar confianza es parte infaltable en el liderazgo, así como lo fácil que puede derrumbarse cuando quien lo posee es incapaz de compartir estrategias y debe recurrir a la fuerza para imponer su visión.

Otro suceso en relación con el tema lo viví cuando fui invitado a buscar un tesoro. Aunque mi razón se negaba a considerar la posibilidad de acabar con mis problemas económicos mediante su hallazgo, mi emoción insistía en la necesidad que tenía mi vida para encontrar una esperanza. En cualquier caso, mediaba mi conciencia, la aventura prometía ser apasionante.

Un compañero y yo integramos la avanzada, teniendo como misión transportar las herramientas, recoger al guía y establecer el campamento al pie de la montaña en cuya cima se suponía nos esperaba la riqueza. Un día después llegarían otros amigos para emprender el rescate de la fortuna que se creía enterrada.

Cuando llegamos al sitio acordado para recoger al guía, sorpresivamente la familia de este abordó sin recato nuestro vehículo y cargó varios costales de alimento para animales. Después de que por razones de cupo negociamos que bajaran de la unidad los hijos mayores y viajáramos con un solo bulto, salimos a carretera convencidos de que estábamos próximos a la búsqueda más ambiciosa en la historia del grupo anfitrión. Pasar por el pueblo que habitaba el líder de la búsqueda debía ser casualidad, supusimos.

-¿Cómo descubrió el sitio donde nos dice que está enterrado el tesoro?-se me ocurrió preguntar al guía apenas iniciado el camino.

-Iba subiendo el cerro cuando, de repente, vi algo que se movía… era una rata enorme-respondió extendiendo sus brazos para describir mejor el tamaño del animal, recordándome las caricaturas del gato Silvestre y su hijo, cuando confundían a un canguro con un roedor.

Y por si lo anterior no comprometiera la veracidad de sus palabras, remató:

-La perseguí, pero corrió hasta meterse en un agujero hasta arriba de la montaña, señal segura de que ahí está el tesoro.

Por alguna razón la percepción del guía estaba alterada o nos suponía más ingenuos de lo que éramos. Ahí terminó la ilusión del viaje.

Cuando el líder recurre a la mentira para beneficio de sus intereses, acaba con él mismo, pues desaparece su credibilidad, componente también esencial del liderazgo.

¿Recuerdos con visos de actualidad?

riverayasociados@hotmail.com

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