Considerarse candidato a un puesto de trabajo puede ser demostración de confianza en uno mismo, pero también, entre otras manifestaciones, de la limitada idea que se tiene de esa posición.
Por ejemplo: si se me ocurriera proponerme para presidir la mesa directiva de mi colonia, surgirían al menos cuatro puntos de vista acerca de esta pretensión.
Uno, quizá el dictado por el deber ser, haría suponer que me considero con capacidad para cumplir con esa responsabilidad; otro, que desconozco o subvaloro el alcance de esa tarea; uno más que indicaría que asumo todo es cosa de ir echando a perder al principio, mientras aprendo; y, finalmente, una versión más eminentemente realista en la actualidad, que me mostraría insensible al juicio de los demás al entender que hay una sola persona a la que debería satisfacer y convencer de que por mi agradecimiento sería incapaz de cuestionarla.
¿Presidir la República en momentos de descomposición en todos los órdenes? ¿Por qué no? ¿Acaso hace falta algo más que representar los intereses de algún grupo poderoso, o saber que encabezarla es ascender al nicho de la verdad indisputable y de la popularidad capaz de someter la preparación al imperio de la fe?
Por supuesto que no debe tratarse de poner amplio conocimiento y cultura a la disposición de valores como la madurez para someter la boca al pensamiento, amor al saber para integrar el más amplio número de facetas de la verdad, honestidad intelectual para reconocerse también en búsqueda continua del placer, voluntad de conciliación con los ajenos que descubren errores propios, humildad para saberse siempre humano aunque se reciba trato de dios, respeto hasta a la diversidad que pueda incomodar, y claridad acerca dela creación del bienestar cotidiano y dela esperanza razonable como fines últimos del gobernante, ¿verdad?
Aclarado entonces que de esto último parece que no se trata, crezco entonces mis aspiraciones e imagino como un "encuerdado" más para buscar la silla grande… Ah, y todo por no dejar en paz a mi memoria, o por insistir esta también en levantar la mano…
Acababa de tomar posesión de mi cargo como secretario técnico del gobernador de un estado del centro norte del país y estaba en plena formación del equipo de mis colaboradores.
Ya fuera por carecer de importancia esa área, existir desconocimiento de lo que ahí debía realizarse o gozar su titular de inmerecido respeto, tuve plena libertad para tomar la decisión final acerca de la composición de mi equipo.
Por supuesto que la autoridad para emitir la última palabra sobre la integración de la plantilla operativa de la secretaría no impedía recibir recomendaciones.
Recuerdo especialmente una de ellas, por representar toda una forma de abordar la relación con la administración pública, que, aunque para algunos fuera surrealista, poseía la esencia costumbrista del país de todos los mexicanos.
Arribó a la entrevista portando como argumento principal un traje azul obscuro, zapatos negros, camisa blanca y corbata roja. De pulcra apariencia, abogado de profesión y con aproximadamente 40 años, el aspirante a un puesto en el que, entre otras cosas, colaboraría en la realización de análisis prospectivos y haría acopio de información objetiva para la toma de decisiones de impacto público, fue enfático al declararse experto en asuntos políticos.
Tal seguridad llamó la atención de mi ingenuidad, por lo que, con el mejor propósito, le pedí abundara sobre su experiencia en el campo de la política, solicitud a la que de inmediato respondió.
Comisionado en el sindicato de los trabajadores al servicio del gobierno estatal, su principal tarea consistía en movilizar, cuando se le ordenara, gente para apoyar o torpedear proyectos o personajes, labor en la que garantizaba resultados y asistencia masiva, hasta entregando reportes y listas de presentes.
Esa era su concepción de la política, interpretación que nunca dudé dominara.
No, esta no presentaba la única idea con la que diferíamos: cuando le dijeron que fuera a platicar conmigo también le aseguraron que carecería de la obligación de asistir a la oficina y de cumplir con un horario.
Al finalizar la entrevista recurrí al conocido "nosotros le hablamos", aunque ahora creo que debí reclamarle por su falta de respeto al puesto que ofrecíamos.