Revisión: interacción intestino-cerebro.
El nuevo coronavirus llamado SARS-CoV-2 es el responsable de la actual pandemia mortal que ha causado millones de muertes en todo el mundo, con la aparición de nuevas variantes que representan una amenaza para la humanidad. El SARS-CoV-2 pertenece a la subfamilia ß-coronavirus que también incluye otros virus patógenos. No existe una definición universalmente aceptada de estos síndromes o COVID-19 prolongado. Varias sociedades científicas del Reino Unido definieron a esta entidad a partir de signos y síntomas que se desarrollan durante o después de una infección compatible con COVID-19 presente durante más de 12 semanas y que no pueden ser atribuidos a diagnósticos alternativos importantes como SARS-CoV1 y MERS-CoV (coronavirus respiratorio de Medio Oriente).
COVID-19 es una enfermedad multisistémica con afectación respiratoria predominante y por lo tanto, los estudios a largo plazo se han enfocado en las secuelas, principalmente en la exploración del aspecto pulmonar. Sin embargo, los síntomas gastrointestinales (GI) como la diarrea, los vómitos, las náuseas y el dolor abdominal, se observan aproximadamente entre el 12 por ciento y el 20 por ciento de los pacientes infectados con este virus; varios estudios realizados en todo el mundo han mostrado lo mismo.
Una proporción de pacientes que se recupera de COVID-19 puede tener síntomas sistémicos prolongados o desarrollar síntomas nuevos, dando lugar al denominado "COVID-19 prolongado o largo" o síndrome de "COVID-19 post agudo" (PACS, por sus siglas en inglés). Así como se ha aceptado que después de un episodio de GI aguda puede ocurrir un síndrome del intestino irritable post infección, también se ha postulado que la infección por COVID-19 conduciría al desarrollo de enfermedades funcionales post COVID o trastornos de la interacción intestino-cerebro (FGID/DGB, por sus siglas en inglés)).
El CDC (Centro para el Control de Enfermedades) ha definido a los PACS como una amplia gama de consecuencias para la salud/síntomas persistentes, que están presentes durante 4 semanas después de la infección del SARS-CoV-2. Estos síndromes han sido arbitrariamente divididos en subagudos, cuando los síntomas persisten entre 4 y 12 semanas y crónicos, cuando persisten más allá de las 12 semanas.
A pesar de que los estudios se han enfocados predominantemente en la exploración de las secuelas del aparato respiratorio, las manifestaciones GI han surgido como un componente importante del COVID-19 prolongado, lo que necesita ser explorado más a fondo. Se sabe que el coronavirus involucra al tracto GI y ha sido implicado como un agente causante de diarrea en animales. En 1982, un estudio de India demostró la existencia de partículas similares al coronavirus en enterocitos alterados, en la microscopía electrónica, así como la excreción de un gran número de partículas virales en un paciente con malabsorción.
La expresión del receptor de ACE-2 es abundante en las células glandulares gástricas y duodenales, y en las células epiteliales rectales. La excreción fecal de ARN viral fue demostrada en EUA por primera vez en 12 pacientes. En un estudio de 74 pacientes infectados con el virus se halló ARN en muestras fecales hasta una media de 11,2 días más, tras hisopados nasofaríngeos negativos.
A través de un estudio longitudinal se ha demostrado la persistencia del virus durante 13 días en comparación con una menor duración en muestras de sangre y orina. Un estudio de 69 niños halló que la duración de la excreción viral a través del tracto respiratorio desde el inicio de los síntomas fue una media de 11,1±5,8 días, mientras que la duración media de la eliminación viral por el tracto GI fue de 23,6±8,8 días. (Primera parte).