La Carta de Naciones Unidas prohíbe la amenaza y/o el uso de la fuerza entre Estados -salvo la ambigua legítima defensa- y sin estigmatizar las armas nucleares. El capítulo VII mandata al Consejo de Seguridad para autorizar el uso legal de la fuerza a los demás Estados en defensa de otro. Dado que el Consejo puede quedar paralizado por el veto de alguno de los cinco miembros permanentes, ya en 1950 la Asamblea General adoptó la resolución 377, Unión pro paz, mediante la que dicho órgano asume la responsabilidad inclusive de autorizar el uso colectivo de la fuerza. Resulta paradójico que dicha resolución surgiera ante el veto ruso en la agresión de Corea del Norte a la del Sur.
Un caso en el que el Consejo de Seguridad sí ha autorizado el uso de la fuerza, bajo el capítulo VII fue en 1990: invasión de Irak a Kuwait. La resolución 678 permitió una coalición internacional, dirigida por Estados Unidos, para desalojar a las tropas de Saddam Hussein.
Lamentablemente dicha resolución y otras posteriores con sus respectivas sanciones dieron pie a que los Estados autorizados buscaran un cambio de régimen en Irak. Al cabo de trece años y sin poder derrocar a Hussein, Estados Unidos y Reino Unido generaron un casus belli para invadir Irak alegando su supuesto desarrollo de armas de destrucción en masa que nunca se encontraron. A su favor se puede decir que al menos intentaron obtener autorización del Consejo algo que Rusia no buscó en su invasión a Ucrania o antes a Georgia, 2008, o Crimea, 2014.
En el caso de la invasión a Irak en 2003, la actuación de México en el Consejo de Seguridad constituyó uno de los grandes momentos para nuestra diplomacia multilateral. En ese momento ocupábamos uno de los asientos no permanentes como ahora. Bajo el activo liderazgo del entonces representante Adolfo Aquilar, se formó una coalición entre los miembros no permanentes respaldada por Francia, Rusia, China y el propio Secretario General. El objetivo era impedir siquiera una resolución mayoritaria que legitimara -sin legalizar-, la invasión a Irak. Fue una victoria pírrica para México y para Naciones Unidas ya que la invasión se efectuó y el costo humano y económico lo acabó pagando el pueblo iraquí. En ese entonces como ahora la credibilidad de la Carta de Naciones Unidas quedó resquebrajada. ¿En qué momento se desmoronará?
Una cadena de errores diplomáticos y vacíos legales llevó a la actual crisis en Ucrania. Al término de la Guerra Fría, ante la derrota económica de la URSS y su fragmentación, debió hacerse un tratado de paz que dirimiera claramente las cuestiones de seguridad para ambos bloques y para el resto del mundo. Entre componendas y acuerdos parciales lo único que creció fue la desconfianza. De 1990 a la fecha ha habido cinco expansiones, por demás cuestionables, de la OTAN hasta tocar las fronteras de Rusia. Antes como ahora Moscú no quiso someterse al Consejo de Seguridad y marcó sus líneas rojas por la fuerza en Georgia y Crimea en circunstancias y con razonamientos casi idénticos a los actuales. Al margen de razones históricas y geopolíticas, ¿hasta dónde llegan las fronteras estratégicas de Rusia o de Estados Unidos? El hecho es que hoy otro miembro permanente del Consejo de Seguridad ha torpedeado el orden legal internacional. Cuando Hitler quiso expandir su zona de seguridad estratégica a costa de media Europa, incluidos Rusia y Ucrania, lo que logró fue quebrar el frágil orden de la Liga de las Naciones y activar una serie de pactos y alianzas militares de defensa común.