Hace siete años escribí la mayor parte del contenido de esta columna, a propósito del ambiente político que vivía en compañía de otro animal, este tan superior que nada le importaba ser así considerado.
En este tiempo las cosas parecen no haber cambiado mucho, pues al parecer la transformación del país pretende ser fincada, una vez más, en un partido o franquicia política, no en la naturaleza humana que les da vida.
Asumir que la sociedad y su gobierno pueden ser sujetos a una transformación sostenible con base en una ideología más parecida a un credo religioso que descalifica el debate racional y amplio, podrá no pasar de una efímera ilusión o falacia de la verdad única. Insistir en esta simplista forma de cambio no representaría nada nuevo para México.
En cambio, profundizar en la naturaleza del ser humano que lo mismo existe en las izquierdas o derechas, podría atraer la atención a factores como los que abordé al lado de ella…
Aunque algunos digan hoy que este intangible no sirve para nada, podría ser la solución a una serie de problemas materiales, ¿no crees?
Su escasez no debe significar la aceptación de su desaparición. Al contrario, quizá valdría transformar la dificultad de encontrarla en ánimo para redescubrirla.
Cuando falta, por ejemplo, se asume el servicio público como una opción para ir por un botín, no para servir, o como una actividad en la que se puede asumir libremente la castración mental del receptor de un mensaje.
Saber cuándo se perdió o si siempre ha escaseado, son quizá en estos momentos temas tan intrascendentes como conocer, a punto de morir de hambre, quién debió traer la comida o qué tan grande pudo haber sido la ración que nunca llegó.
Decir que se quiere acabar con la pobreza desdeñando la educación, fincar el cambio hacia la seguridad y justicia evadiendo sus costos o reconocer sólo la realidad propia catalogando la de los otros como fantasía son evidencias de su ausencia, ¿verdad?
La "Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena" -en letras del Diccionario de la Lengua Española-, es necesaria, si bien no siempre para evitar faltas, sí al menos para aceptarlas. Y es que una cosa es hacer maldades y otra es hacerlas y luego burlarse de los agraviados.
Quien tiene o conoce la capacidad de turbarse como consecuencia de una falta u omisión, podrá evitar, gracias a esa señal, repetir errores. Cuando en los órganos del poder está ausente esa posibilidad se condena a los demás al atropello continuo, en tanto no consigan las víctimas devolverle esa facultad al abusador o, de plano, lo releven de la posibilidad de seguir abusando.
Su ausencia permite por ejemplo, escuchar que vives seguro, aunque te sientas temeroso; que hay menos pobres, aunque debas cerrar los ojos para no ver tantos; que existen más oportunidades, aunque no sean para ti.
Por supuesto, esa misma falta en la vida personal te concede asumir que fue ella, no tú; que el sistema te domina, no tu cobardía; o que el mañana tarda, no tu decisión.
Pese a que algunos no te sitúan en el lugar que tienes de ser superior, tú sí la posees. Aunque es imposible saber si te sonrojas cuando cometes algún error o haces alguna travesura, tu actitud es inconfundible en esos casos. Reflejas todo, menos indiferencia o burla en esas situaciones, las que al ser descubiertas muchas veces te llevan a refugiarte en un rincón, como queriendo estar lejos de la vista de los demás, aunque sea durante un rato de merecido y admitido justo castigo.
Deja de verme así, por favor. ¿No sabes que con esa mirada serena, ausente plena de la menor intención de reclamo, me turbas por no saber dónde la dejé, si tengo algún asomo al menos de ella o si nunca la conocí?
Gracias, Petunia, compañera canina hasta de mis pensamientos, por ayudarme a buscar la vergüenza.
riverayasociados@hotmail.com
