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Un extraño enemigo

PATRICIO DE LA FUENTE

"Hoy ya sé que todo nos espía, que nada pasa inadvertido y que aun el papel pintado de las paredes tiene mejor memoria que los hombres".

-El Tambor de Hojalata-

Tras ser intervenido quirúrgicamente, muere un 30 de octubre de 2000 en circunstancias sospechosas y no del todo aclaradas. Tenía 73 años y casi dos meses antes, en septiembre, había rendido protesta como senador de la República de Veracruz, al cual también gobernó durante dos años para luego ser invitado por Carlos Salinas de Gortari a asumir la secretaría de Gobernación.

Hasta el final de sus días, siempre se le vio con el copete perfectamente bien peinado y el bigote recortado. Utilizaba trajes a la medida, jamás perdió los estribos ni mucho menos la calma, era enemigo de toda estridencia y fue esa suavidad y maestría en el manejo de las formas, las que lo hicieron ganarse el mote de "el caballero de la política".

A la fecha quienes lo conocieron, amigos y detractores, coinciden: sabía escuchar, tender puentes y hacer política de muy altos vuelos e insospechados alcances. Al transcurrir de los años y bajo el cobijo e impulso de su primer mentor, Miguel Alemán Valdés, se fue sofisticando hasta convertirse en una calca de su padre político y de la era postrevolucionaria que da comienzo al desarrollo estabilizador y a la consolidación del PRI como partido hegemónico.

Sonrisa a flor de labios, disposición al diálogo sin importar el interlocutor, guantes de terciopelo y mano de hierro cuando era necesario. Hombre público que acechó desde las sombras porque ahí, en la oscuridad y la tiniebla, es donde mejor podía desempeñar su trabajo. Y es que, para conocer y dominar al sistema, era preciso descender sigilosamente a los infiernos, para luego salir de la cloaca sin mancharse demasiado.

Fiel convencido de que el propósito de su vida era servir a la Nación, resguardar la seguridad nacional y conocer mejor que nadie los secretos de todo el mundo, durante varias décadas no existió hombre mejor informado en México, ni siquiera los presidentes de la República en turno. Si para salvar al país de amenazas domésticas o extranjeras había que valerse de prácticas poco ortodoxas, él no se tocaba el corazón.

Su muerte, además de rumores, generó nerviosismo entre la clase política. Pese a la extinción de la Dirección Federal de Seguridad que por muchos años presidió y aunque hace tiempo había dejado de ser titular de Gobernación, la pregunta recurrente era cuántos expedientes tendría en su poder y qué contenían. Expedientes no solo de personas y entidades políticamente expuestas o de opositores al sistema, sino también de toda aquello que fuese de interés público. ¿Qué decir de su amistad con Fidel Castro y los vínculos que tejió con la Revolución Cubana? ¿O del seguimiento que le dio a Lee Harvey Oswald, el asesino de Kennedy, cuando estuvo en tierras mexicanas? ¿Contendrían tales documentos detalles de la colaboración con agencias internacionales? Porque también, nuestro interesado fue agente de la CIA y trabajó de la mano con la KGB.

Sí, eso y más fue Don Fernando Gutiérrez Barrios, el espía por excelencia y hombre del sistema que se llevó a la tumba los secretos mejor guardados del México moderno, entre ellos, la verdad de lo ocurrido durante el movimiento estudiantil de 1968, el Halconazo de 1971, las guerrillas de la década de los setenta y muy probablemente supo quién estuvo detrás de los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruíz Massieu.

Dirigida por Gabriel Ripstein, disponible en Amazon y producida por Televisa, las dos temporadas de la serie dramática "Un Extraño Enemigo" sencillamente no tienen desperdicio y valen muchísimo la pena, por lo cual me permito recomendártelas, querido lector. Aunque ambas entregas se centran en el movimiento de 1968 y posteriormente en el sexenio de Luis Echeverría, tanto el guión como los hilos conductores están tan bien logrados, que fácilmente podrían extenderse hasta nuestros días porque la historia da para eso y más.

Daniel Giménez Cacho resulta magistral en su interpretación como Fernando Barrientos, jefe de la policía secreta, inspirado precisamente en Fernando Gutiérrez Barrios. También merecen especial reconocimiento Karina Gidi, Antonio de la Vega, Kristian Ferrer y Hernán del Riego, piezas claves de una trama que detalla los intentos de un Barrientos obsesionado por alcanzar la cúspide del poder político a costa de lo que sea, así se trate de infiltrar al movimiento estudiantil o generar caos y pánico en el país para impulsar la candidatura de Luis Echeverría a la presidencia de la República.

Pero también, y viene a colación hoy que estamos en tiempos de sucesión adelantada, Un Extraño Enemigo retrata las guerras de alta y baja intensidad entre los colaboradores de Gustavo Díaz Ordaz para lograr ser elegidos por el gran dedo elector.

En una escena notable por su crudeza, el capitán Fernando Barrientos le entrega una pistola a uno de sus subalternos y lo obliga a matar, ahí mismo, a un tercero en discordia. Barrientos da la orden sin un ápice de emoción en la cara, habla con firmeza, jamás titubea. No se trata de un sociópata incapaz de sentir, sino de alguien que concibe y entiende su encargo como el más alto servicio que se le pueda prestar al país. Cuando el colaborador cumple la instrucción, aprieta el gatillo y luego rompe en llanto, Barrientos se acerca, acaricia sus mejillas y le susurra al oído lo siguiente: "nuestra labor, aunque incomprendida por el resto de los mortales, es necesaria para la estabilidad de la República y sus instituciones. Así es esto".

Twitter @patoloquasto

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