En la selva del Amazonas las lluvias son pródigas. Los animales tienen que desarrollar una gran creatividad para guarecerse o mantenerse a flote. Las hormigas de fuego despliegan una actitud interesante frente a la inundación: se unen entre sí formando una estructura insumergible. Estas balsas entramadas con miles de cuerpos se sostienen con la fuerza de las mandíbulas.
Los científicos de Georgia Institute of Technology han estudiado un fenómeno increíble. Mientras se produce el entrelazamiento, logran atrapar aire en sus espacios intersticiales. Con esto no sólo flotan, sino que las hormigas que quedan sumergidas pueden seguir respirando. Mientras van a la deriva se producen golpes y choques que las hacen naufragar temporalmente, pero el grupo rápidamente es capaz de reconfigurarse para seguir flotando, encontrando nuevas formas de maximizar su estabilidad.
Cuando alcanzan la zona seca, vuelven a organizarse para comenzar la construcción de un nuevo hormiguero.
Ninguna hormiga de fuego especula con la posición que le toca. Existe un efecto social coercitivo mediante el cual al avanzar algunas son empujadas hacia la base y otras hacia el borde.
Se aferran unas a otras, las uniones son fuertes pero no permanentes. Cuando la estructura es perturbada o sumergida, todas contraen sus cuerpos al unísono.
¿Qué pasaría si aplicáramos la experiencia con un grupo de personas?
Quizá emprenderían una lucha por ocupar los mejores lugares.
Las hormigas no actúan con libre albedrío. No eligen esta forma de comportarse. Lo hacen por instinto.
En cambio los hombres tenemos nuestra libertad y llevamos a cabo nuestros actos basados en la experiencia adquirida, los mandatos, la intuición, los valores, el ego, el miedo, la especulación.
Una vez más, la clave está en el comportamiento individual, lo que produce un efecto colectivo.
Este hacer individual es educable.
Hay una historia que lo ilustra a la perfección. Estaba un abuelo con su nieto. Se habían internado en el bosque. Oían el aullido de animales salvajes. El viejo le explicó al niño que dentro de todo hombre se libra una batalla. El bien y el mal. Son como dos lobos. Uno representa la solidaridad, la generosidad, la flexibilidad, la escucha. El otro, el egoísmo, la maldad, la envidia.
El niño escuchaba con atención.
Le preguntó: Abuelo ¿quién ganará esta batalla?
El lobo que alimentes.
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