Como todos los hombres había uno que tenía una cruz. Estaba hecha de todo lo que él llamaba problemas. También había un significado en esta carga: Se trataba de todas las cosas que tenía que aprender.
Cada día se oían sus quejas. Protestaba por la mala suerte y maldecía.
Viajó a un pueblo montañés, en el que había muchos senderos para caminantes. Compartió la marcha con otro hombre que estaba solo.
Luego de caminar un buen rato, le propuso parar a orillas del río, cerca de una construcción primitiva.
El desconocido le explicó que él no estaba allí de casualidad, sino que era un emisario de Dios. Había escuchado sus quejas y le daría una oportunidad excepcional: Dejar su cruz para siempre. Le puso una condición, debía salir de allí con otra cruz, la que él quisiera.
El hombre entró y vio ordenadas una cantidad increíble de cruces. Dudó y comparó muchas de ellas. Trató de encontrar una liviana para pasarla bien el resto de sus días.
Salió radiante. El hombre lo esperaba sentado sobre una piedra.
Cuando lo miró, le dijo:
-¿Estás seguro?
-Sí.
-...Esa es la que traías cuando entraste.
Todos los jardines del vecino parecen más floridos, todas las cruces ajenas semejan ser más livianas. Sin embargo, son propias porque tienen un sentido.
Los problemas que tenemos, son los que elegimos, en forma inconsciente o deliberada. No son otra cosa que los medios de aprendizaje que escogemos. Incluso y sobre todo, cuando se trata de las personas que nos hacen daño o nos lastiman. Socios, parejas, amigos.
Alguien decía que la vida nos presenta pequeñas oportunidades de aprendizaje, cuando las desaprovechamos, aparecen otras más intensas.
Casi a nadie le agradan sus problemas, sus materias pendientes, si podemos observarlos mejor veremos que algunos se repiten a lo largo de las diferentes etapas de la vida.
Son exclusivos, personales, nos pertenecen y negarlos, postergarlos o eludirlos sólo hará que se reproduzcan y reiteren una y otra vez.
Por esto cuando comprendemos nuestros desafíos, en total aceptación y sin resistencia, podemos avanzar algunos pasos.
Las quejas sólo anestesian la conexión con nosotros y nuestras cruces.
Portarlas con alegría es una opción para ser libres y caminar livianos.
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