Nabucodonosor fue un gran rey. Construyó un lujoso palacio con jardines colgantes que se cuentan entre las siete maravillas del mundo. Obsesionado con hacer inexpugnable a Babilonia, la rodeó de fortificaciones.
En la entrada mandó grabar: "El que venga con malas intenciones no podrá penetrar aquí".
Los babilonios tenían tanta confianza en su inexpugnabilidad, se sentían tan seguros por la cantidad de provisiones que habían almacenado, que cuando ingresó el enemigo a sus puertas estaban celebrando.
Ciro conquistó Babilonia sin usar la espada.
A Nabucodonosor le ocurrió lo mismo que a muchos líderes, se embriagó de omnipotencia. Todas las cosas tienen su contraparte. La omnipotencia es sólo la contracara de la impotencia, vive exacerbada.
El éxito y el fracaso son sólo narcóticos que desdibujan la percepción objetiva. Los efectos rara vez perduran.
Los líderes suelen auto engañarse cuando permiten que el ego les susurre al oído.
También es cierto que la complacencia de los colaboradores les tiende una trampa cuando alimenta la visión distorsionada de sí mismos.
El liderazgo se construye con la adversidad, los desafíos y la tolerancia a la frustración. Los líderes que tienen resultados han sabido actuar con audacia y quizá una dosis de locura. La omnipotencia rara vez los atraviesa en la etapa de pioneros. En la fase fundacional, prima la humildad. El líder, cuando comienza, se sabe vulnerable y está guiado por un sueño. Allí radica su fortaleza.
A medida que crece, ese sueño se transforma en algo tangible. Atravesó la etapa más frágil. Los líderes que están en la cima del reconocimiento, suelen creer que son el factótum y se apartan de las fuentes. Dejan de escuchar. Confían en sus habilidades y las sobreestiman. Allí nace la omnipotencia.
Se es humilde en esencia. Se convierte uno en omnipotente.
¿Cuál es la principal característica de los líderes omnipotentes? El aislamiento, la desconexión con la realidad, el desprecio por la opinión del otro.
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