Algunas mañanas me sorprende un ruido persistente.
Un pájaro se golpea contra el vidrio de la ventana. Choca su pico, adelanta sus patas.
Durante muchos minutos se lanza persistente sobre el vidrio, hasta agotarse.
Observo este extraño comportamiento en otras ventanas, con pájaros pequeños y más grandes.
¿Imagina un adversario cuando ve su cuerpo reflejado?
¿Trata de ingresar a un espacio que lo atrae y lo repele?
Algunas personas dispersan grandes dosis de energía en la lucha contra fantasmas imaginarios. Estos combates las sacan del foco, las transforman en seres malhumorados e intolerantes.
Esta conducta de chocar, combatir, resistir nos hace por momentos semejantes a los pájaros obstinados, luchando febrilmente contra el vidrio. Una batalla absurda y perdida.
¿Qué nos lleva a obsesionarnos contra algo o alguien?
¿Qué hay detrás de nuestras conductas coléricas y repetitivas?
Si hubiera una forma de desmenuzar estas actitudes, seguramente podríamos advertir un común denominador: lo que nos molesta en los otros, es sólo una proyección de aquello que configura nuestra sombra. El enojo contra algo es sólo un rodeo. Explotamos para evitar implosiones.
Como el pájaro persistente, aquello que es foco de nuestras actitudes intolerantes, es sólo un espejo.
Quizá si nos detuviéramos un instante, podríamos ver nuestro propio rostro reflejado y en él la razón de nuestros temores y luchas.
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