Soy una de esas personas a las que todo mundo se acerca para pedirle lo que sea, desde un consejo, una reservación en un restaurante, hasta pelear sus batallas, sean las que sean, y la verdad hay veces que ya estoy harta de ser esa persona que está para todos, pero que rara vez pide un favor porque claro está, "yo puedo sola".
Es por eso que esta semana no se me hizo nada raro que mi psicólogo me dijera: "Te la pasas apagando incendios ajenos pero … y ¿Quién apaga los tuyos?
Me quedé pensando en eso toda la semana, en como me está afectando cargar con tanto peso sobre mis hombros, porque nunca paro de resolver crisis ajenas y muchas veces no me alcanza la vida para salir avante con mis propios asuntos.
¿Soy la única a la que le pasa? Siento que voy por la vida siendo la que resuelve, decide, organiza, mueve, defiende o trata de explicar las cosas y por supuesto tiende puentes al final para restaurar la paz y el orden de todos y para todos, simplemente no se decir no.
Si son de mi equipo estarán de acuerdo en que nuestro modus operandi funciona en automático, ya ni siquiera pensamos en lo que estamos haciendo. Solo… lo hacemos y ya.
Seguramente tiene algo que ver con aquello del control. Y no en el sentido enfermo de controlar a los demás por molestarlos, sino en ese de en serio hacer que las cosas funcionen por el bien de la humanidad, no es mala voluntad, sino simplemente nuestra manera de hacer que el mundo siga siendo un buen lugar para vivir.
Así he sido siempre. Movida. Desesperada. Atascada. Eficiente. Resolvedora de problemas. Rápida y muy, muy eficiente. Y siendo mi manera natural de ser, no me paro muy seguido a reflexionar nada ni a pensar en el costo que todo eso tiene para mí, y como me llega a afectar tanto a mi persona como en mi relación con mis personas mas cercanas.
De pronto te sientas un día en la terapia a vomitar la última historia de tu vida y te das cuenta de que, efectivamente, estás agotado. Porque dentro de todo este frenesí de ir de una cosa a la otra, no nos damos el tiempo de respirar y pensar…¿Y yo? ¿Sí existo? ¿Vivo o solo sobrevivo? Mientras voy en loca por la vida haciendo de todo sin disfrutar nada.
La verdad es que voy llegando a la conclusión de que amo ser como soy. Pero, por otro lado, me urge aprender a soltar. A que me valga la vida por momentos y a permitir que alguien más se encargue de la crisis. Resuelva su pleito con el que se peleó, aprenda a lidiar con sus problemas, arregle sus cosas, se tome un cursito de empatía y se las arregle para conectarse con los demás.
A entender que no puedo proteger a todos de todo, todo el tiempo y que a cada uno nos tocan las personas que nos pusieron en la vida para aprender lecciones, así que… ¡qué las aprendan!
Porque efectivamente necesitamos descansar. Echarnos para atrás tontito y respirar más seguido para permitir que la gente que normalmente no hace mucho haga más y que nuestra salud mental y física no nos pase la factura.
Soltar. Permitir. Mandar a la goma y aprender a decir "¿te digo algo? La que necesita ayuda hoy, soy yo"
Dejar que los demás se hagan bolas. Externar nuestras necesidades, dejar de ver el mundo a través de las circunstancias y pliegos petitorios de nuestros seres queridos y pensar tantito más en nosotros mismos de vez en cuando para ir por la vida un poco más ligeros.
Evidentemente, no vamos a dejar de ser como somos, pero creo que podríamos intentar que, de vez en cuando: alguien más lo arregle, que alguien más explique, que alguien más tienda puentes y se disculpe, que alguien me abrace a mí, o a ti. Que alguien más nos ayude a apagar nuestros incendios, nos contenga, nos resuelva, nos apapache, nos escuche y nos ayude a caminar o nos cache, cuando sentimos que ya no podemos.
Que alguien más haga lo que haya que hacer, en lo que nosotros, por una vez, pensamos primero en nosotros y sepamos que eso, está bien.
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