Hace mucho tiempo los hombres usaban ritos de iniciación con los niños que se convertirían en adultos. Se internaban en la selva para vencer el miedo y aprender.
Una noche, el abuelo reflexionaba con su nieto acerca de la vida, el bien y el mal.
Le dijo: En el interior de todo hombre está ocurriendo una pelea entre dos lobos. Uno representa la maldad, la ira, el rencor, el apego, la mentira. El otro representa la alegría, la humildad, la solidaridad, el amor.
Hace años advertí que estos lobos luchan con gran furia adentro mío y también lo harán en tu interior.
¿Quién ganará esta pelea abuelo?
El que alimentes...
Adentro de todo hombre viven el bien y el mal. Como los lobos se disputan un rol protagónico. Nadie es totalmente bueno o malo.
¿Cuál es la clave para que el hombre bueno actúe colectivamente?
Sin duda, crear un contexto que tenga masa crítica. Es decir, que muchas personas actúen bien. Igual que los brotes en los hospitales, las colas de reclamos o las cárceles, las personas se contagian de las quejas y las malas actitudes. Pero también hay un contagio cuando comienza una catástrofe y miles de seres anónimos comparten y ayudan a otros desconocidos. El amor se propaga cuando se comparte.
Otro elemento esencial es que existan reglas claras. Cuando es explícito o implícito aquello que está bien y aquello que no, los grises se desdibujan al igual que las actitudes ambiguas.
Hace poco visitaba Copenhague y me sorprendió la ausencia de policías. Una persona me advirtió que no era necesario y que habían decidido prácticamente prescindir de ese gasto público. Sorprendido le pregunté qué ocurriría si había un incidente. Mi interlocutor no me comprendía. Me preguntaba qué podría ocurrir. Busqué ejemplos cotidianos, una pelea en la vía pública, un accidente.
Ah, exclamó. Si eso ocurriera entonces podría intervenir un ciudadano.
El otro aspecto vital es que haya consecuencias. Si alguien transgrede, elude o decide actuar mal, es necesario que su conducta no se desvanezca. La ausencia de consecuencias es un gran elemento aniquilador que alimenta la impunidad y también la apatía en aquellos observadores silenciosos.
El alimento para ser mejores personas proviene de la práctica más que de la insatisfacción.
Si no nos agradan los aullidos de nuestro lobo interior, quizá tengamos que prestar atención a lo que estamos pensando, diciendo y haciendo. Siempre que no nos agraden los ecos de los aullidos que estemos oyendo, quizá tengamos que poner el acento en lo que estamos emitiendo.
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