Estamos todos de acuerdo en que tener hijos es un aprender a soltar perpetuo a partir del día que nacen. Dejarlos dormir solos. Caerse para aprender a caminar. Embarrarse de frijoles aprendiendo a usar una cuchara. Dejarlos en la escuela el primer día. Dejarlos experimentar cómo no hacer algo, para que así aprendan como sí. Ir a casa de amigos o dejarlos en la fiesta solos por primera vez.
Asumir que, en algún momento, su vida será sin nosotros y que, por más que nos duela, no podremos ser testigos de todo lo que les pasa. Pero, sin lugar a dudas, verlos irse solos, SOLAS en mi caso, es uno de los momentos más fuertes que me han tocado vivir.
Y es que ese, el momento en el que agarran su cartera y se van, solos a la vida, es cuando entendemos que ya no dependen de nosotros. Que tienen que aprender a cuidarse. Que las probabilidades de que algo salga mal son miles, pero no podemos amarrarlos a nosotros. La ironía. Nos pasamos los primeros años enfocados en enseñarles a ser independientes, a resolver, a hacer, a pensar, a actuar, a no necesitarnos.
Pero nadie nos avisa lo doloroso y aterrador que será el día que hayamos cumplido exitosamente esa misión y sea hora de soltarlos y dejarlos tomar las riendas de su vida. Es en ese momento cuando te das cuenta de que la parte fácil fueron los primeros años.
Por más cansados, por más eternos que nos hayan parecido los primeros años, todo estaba "bajo control", bajo nuestro control. Cuando los horarios los dictábamos nosotros. Cuando las repeladas eran chillidos y no argumentos demoledores contra nuestros principios, nuestra persona. Cuando éramos el ídolo máximo y no un objeto de vergüenza e incomodidad recurrente. Cuando se les podía agarrar a besos sin que te voltearan los ojos y nuestras ideas eran las mejores del mundo. Cuando querían estar encima de nosotros todo el día y no en un planeta lejano. Cuando las puertas se mantenían abiertas y no las usaban para marcar sus territorios.
Los hijos chicos son una delicia, pero no entendemos la dimensión de la delicia de esa época, hasta que ya crecieron, hasta que agarran su coche y se van y tú te quedas literalmente con el "Jesús en la boca" rezando para que vayan y regresen con bien.
Que quede claro que mis hijas son lo mejor de mi vida. Pero también, por momentos, son lo peor. Los momentos en los que tengo que entender que son personas independientes de mí, libres de elegir cosas que a mí me parecen mala idea. Los momentos en los que dar un permiso implica correr riesgos. Cuando me detestan. Cuando tengo que rogar por un rato de convivencia. Cuando el sentido común me abandona y me engancho en una discusión asquerosa y acabo siendo la peor persona de su mundo. Cuando me doy cuenta de que ya se van, esos son los peores momentos.
Estoy convencida de que eso es lo que debemos hacer, soltarlos y rezarle al dios de nuestra preferencia que regresen a la casa sanos y felices para poder volver a estar juntos. Es una delicia verlos convertirse en ellos mismos… Sin embargo, es aterrador cada vez que se van, y no porque no confíe en ellas, no son ellas. Es este país en el que les tocó vivir esta etapa de su vida. Este país en donde diariamente asesinan a 11 mujeres y nadie hace nada. Este país en donde el verdadero deporte de alto riesgo… es ser mujer. Sin importar tu estatus social. Tu edad. Tu lugar de residencia.
Estamos todas en riesgo todo el tiempo, es lamentable, indignante, enfurecedor y aterrador.
No creo que soltar a los hijos y verlos irse haya sido nunca fácil para ninguna mamá, o papá, pero me queda claro que en esta época y en este país, formar hijos independientes y libres adquiere un grado de dificultad mucho más grave, especialmente si son mujeres y se corre peligro permanentemente, en el transporte público, en el súper, en la calle, en una fiesta, en la gasolinera, en un semáforo o en tu propia casa.
Y ante eso yo solo deseo dos cosas: que tus hijas y mis hijas estén siempre a salvo. Y no está de más tratar de pensar soluciones en familia para prevenir que algo nos pase, hay muchas cosas que podemos hacer para cuidarnos, ya que no está en nuestras manos solucionar gran cosa, por lo menos podemos organizarnos para cuidarnos las unas a las otras en lo que la gente que tiene el verdadero poder de tomar las decisiones importantes, decide ponerse las pilas. SE LOS DEJO DE TAREA.
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