En Japón se practica un arte llamado Kintsugi. Más que una técnica es una filosofía, ya que se trata de resaltar las imperfecciones de un objeto valioso que se ha roto, rellenando las costuras con oro.
Al reparar una pieza que tiene una historia, ellos enaltecen la zona dañada porque creen que se vuelve más hermosa. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
Este arte resignifica el concepto de pérdida, fealdad o destrucción, dándole un nuevo enfoque, con lo que el objeto es ahora, en su nueva dimensión.
Desde pequeños, nos enseñaron a disimular las grietas, a mostrar nuestros aspectos sin fisuras. ¡Y nos hemos creído que podíamos ser perfectos!
¿Es esto auténtico?
Desde que nacemos, crujimos, nos desbaratamos, nos rompemos. De hecho, no sólo nos pasan estas crisis en el plano emotivo sino también en el físico. En este preciso instante, cada una de nuestras células se ha renovado, reemplazaron a otras que han muerto.
¿Cómo entonces no exhibir con dignidad y alegría aquello en lo que nos hemos convertido?
Nada hay que disimular o enmascarar. Es fundamental resignificar el estúpido paradigma de belleza y fealdad que hemos adoptado con mansedumbre. No es correcto y nos ha conducido al sufrimiento.
Como las arrugas o las canas, nuestras heridas nos acompañan. Esto es lo que somos, por eso, adoptar el concepto de Kintsugi sobre nuestra propia vida, nos hace aún más hermosos.
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