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La semana pasada salí con amigos a un bar en Torreón y fue como entrar en una máquina del tiempo. Fuimos al piso de arriba, escogimos mesa, al mismo tiempo en que la banda nos daba la bienvenida con canciones como De Música Ligera de Soda Stereo y Guitarras Blancas de Enanitos Verdes. Mi cuerpo estaba viviendo un déjà vu. La sensación de haber vivido este momento en alguna otra ocasión, las mismas canciones que siento que me persiguen una y otra vez.
Luego siguieron Hey Güera de Alejandra Guzmán (con la mentada de madre después de cada verso que uno no sabe cómo se la sabe pero se la sabe), Eternamente Bella, y El recuento de los daños de Gloria Trevi; después continuaron con un segmento de Luis Miguel y Emmanuel; y terminaron su setlist con Lobo hombre en París de La Unión, La Flaca de Jarabe de Palo, Rayando el Sol de Maná y obviamente La Planta, canción del grupo Caos que terminó siendo la mayor herencia de Piedras Negras al mundo, aun más que los nachos. Como escribí antes, ese setlist lo he escuchado una y otra vez.
No importa el nombre del bar ni en qué año nos encontremos, pareciera que esas canciones seguirán sonando por décadas. Claro que entiendo que cada quién puede escuchar la música que se le antoje en el lugar que sea y no intento persuadir a nadie de lo contrario, finalmente las personas salen a un lugar a pasarla bien.
Lo que siempre me ha llamado la atención es conocer qué fenómeno ocurrió en la década de los 80 y 90 para que las canciones que se convirtieron en clásicos sigan siendo interpretadas en bares 30 años después. No siento que pase lo mismo con la música de mi generación y las que me preceden.
Yo crecí con una televisión como niñera y fui parte de una generación marcada por MTV, VH1 e incluso Telehit, a finales de los 90 y 2000, donde descubrí artistas y grupos que a la fecha sigo escuchando, sin embargo, ha sido poco frecuente escuchar esas canciones en vivo en algún lugar.
No sé cuál es la dinámica que ocurrió en los años 80 y principios de los 90 pero me parece intrigante cómo muchas canciones se transformaron en clásicos que siguen teniendo vigencia hoy en día. Como si se resistieran a abandonar el gusto de la gente y estuvieran destinadas a ser cantadas con euforia por miles de mexicanos en la borrachera.
Por otro lado, comprendo que la manera en que consumimos música actualmente es muy diferente a la que me tocó vivir. Hoy difícilmente pagamos por un álbum ya que tenemos infinidad de catálogos completos en streaming en plataformas como Spotify o AppleMusic. Desde The Beatles hasta Rosalía, de Chuck Berry a Bad Bunny y de Nina Simone a Billie Eilish, estamos a un clic de universos musicales, tantas opciones que pueden abrumar a cualquiera.
Hace poco un amigo treintón, de mi edad, me dijo que la música de hoy no es buena, “que no está chido el Justin Bieber”. Confieso que conforme pasa el tiempo uno se vuelve más renuente a experimentar con nueva música y siempre vuelve a la que marcó nuestras épocas, la que nos recuerda tiempos más sencillos, la que nos reconforta, sin embargo, en cada década, esa frase debe ser una de las más dichas junto a “el rock está muerto”.
Aseverar que lo que nos tocó a nosotros a escuchar es mejor resulta tirar la toalla y resignarse a vivir de la nostalgia, “aquel que se casa con el espíritu de su generación es un viudo en la siguiente generación”. Hace 10 años, si me preguntaban, yo creía saber de música. Tantas horas viendo MTV no pasaron en vano para mi cerebro y podía reconocer prácticamente cualquier canción que sonara en la radio desde 1998 hasta el 2006. Con el tiempo esa habilidad se perdió y reconocí que la música es tan vasta que nunca voy a poder estar del todo actualizado. Aunque hoy procuro estar al tanto de lo que pasa en la escena, sé que mi espectro musical queda corto y hay géneros que me rebasan.
No sé si en 10 o 20 años, la música de hoy en día pueda tener tanta vigencia en la escena pero ojalá que sí, que los temas puedan trascender tanto que alguien escriba una columna en 2040 quejándose de por qué siguen tocando ‘Bizcochito’ en los antros y que se pierda la tradición de que se escuche La Planta, que se esfume con el tiempo, que no haya más enredaderas.