Hay pocas cosas más costosas que una oportunidad perdida. Desde 2018 hemos sido testigos de oportunidades relevantes para la política exterior de México derrochadas, cortesía del desinterés y desprecio presidenciales por las relaciones internacionales.
Una de ellas, con ramificaciones para nuestros intereses de largo plazo con Estados Unidos, ha sido la relación con Brasil. Desde los noventa, cuando Brasilia se sintió rebasada por el esfuerzo mexicano de negociación de un ambicioso andamiaje de vinculación global, su cancillería se abocó a la tarea de construir un área de influencia geopolítica, buscando convertirse en un hegemón regional. Para lograrlo, era esencial desvincular geográfica y estratégicamente a México de Sudamérica. La idea de la subregión como concepto y actor continental y global se fortaleció progresivamente en el comportamiento diplomático de Brasil, hasta llegar a las iniciativas del presidente "Lula" da Silva para estructurar la gobernanza sudamericana bajo el liderazgo y la égida brasileñas. A la par, buscó con éxito frustrar cualquier intento mexicano por encabezar una serie de organismos multilaterales, como la OPS, la OMS y el FMI. A su vez México trabajó en bloquear la aspiración brasileña de convertirse en un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Mientras se daba este pulso, con la administración Obama llegaron a posiciones relevantes de gobierno funcionarios que postulaban que la verdadera relación estratégica de EUA en el continente era con Brasil, tanto por su vocación y apetito diplomáticos globales como por ubicación geográfica y su peso económico y poblacional. Muchos de esos funcionarios están de regreso ahora en la administración Biden. Esto no es cosa menor para los intereses mexicanos: el día que Brasil se consolide como su principal socio estratégico continental, México pasará a ser -por la característica interméstica (lo internacional entreverado con lo doméstico) de la agenda bilateral- un tema de política interna estadounidense. Este último año, con la llegada al poder de Biden y con un Bolsonaro que apostó abiertamente a la reelección de Trump, podría habernos provisto de la oportunidad para, apalancando la decisión del presidente López Obrador de colaborar en medidas de control migratorio y del papel que México podría jugar para que EUA compita con Beijing, abonar a la lectura de que es Ciudad de México, y no Brasilia, donde Washington debe construir su gran relación estratégica en el continente. El presidente López Obrador no parece haberse siquiera percatado de esa oportunidad única. Aunado a lo anterior, su posicionamiento a medias tintas con respecto a la invasión a Ucrania hace que en Washington se perciba que en temas globales de peso no se puede en realidad contar hoy con México.
A principios de marzo, en una reunión con diputados de Morena y sus aliados, el expresidente Lula declaró que "AMLO es un regalo para México". Lula se debe estar frotando las manos al pensar que de ganar en los comicios presidenciales en octubre, tendrá a López Obrador como homólogo un par de años para poder liderar y hacer y deshacer a su antojo en la región. G. K. Chesterton apuntó que "la única manera de tomar un tren a tiempo es perder el tren anterior". El presidente mexicano no solo ha perdido varios trenes con destinos relevantes para la política exterior mexicana; no ha logrado tomar uno a tiempo.