El secretario general de Naciones Unidas advertía en un sombrío discurso con motivo del 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sobre las amenazas a los derechos humanos y las libertades de la población del planeta: "El mundo está perdiendo el rumbo. Los conflictos se extienden con virulencia. La pobreza y el hambre están aumentando. Las desigualdades son cada vez más profundas, el cambio climático se ha convertido en una crisis humanitaria, el autoritarismo va a más, el espacio civil se está reduciendo, los medios están asediados, la igualdad de género es un sueño distante y los derechos reproductivos de la mujer están retrocediendo." En esa alocución instó a los estados miembros a reforzar su compromiso con los valores atemporales establecidos en la Declaración, especialmente de cara a la Cumbre del Futuro, en la que los lideres mundiales discutirán nuevas líneas maestras políticas, económicas, culturales y sociales con el compromiso de ponerlas en acción la próxima década.
En 2022 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución para celebrar en Nueva York la Cumbre del Futuro los días 22 y 23 de septiembre de 2024. Lo hizo luego de recibir el informe del secretario Guterres intitulado Nuestra Agenda Común, un potente llamado de atención para acelerar la aplicación de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el cumplimiento de las 169 metas. Esta agenda común reúne una serie de recomendaciones sustantivas para afrontar los retos presentes y futuros. Ha llegado la hora de superar rezagos y encarar múltiples desafíos. Luego de las consultas intergubernamentales y las reuniones ministeriales celebradas este año destinadas a preparar la Cumbre, los jefes de Estado y de Gobierno deberán hacer suyo el Pacto de Futuro, deberán forjar un nuevo consenso mundial de cómo prepararnos para afrontar un futuro plagado de riesgos, pero también de oportunidades.
La ayuda externa global aumentó en 2022 por cuarto año consecutivo. Se incrementó la asistencia humanitaria destinada a los refugiados, sobre todo después de la invasión de Rusia a Ucrania, pero disminuyó considerablemente la ayuda a los países menos favorecidos. La financiación para los ODS está probando ser insuficiente: se necesitan 10 billones de dólares anuales. La inflación y las altas tasas de interés han limitado las capacidades de los países donantes. ¿Qué hacer cuando sabemos que los ODS salvan vidas y ayudan a que más personas salgan de la pobreza extrema y la inseguridad alimentaria? Si se quieren obtener los mayores beneficios posibles hay que poner los recursos limitados en aquellas políticas públicas y acciones que sean particularmente eficientes, como, por ejemplo, la salud materno infantil y la investigación científica aplicada y el desarrollo agrícola, si la prioridad es salvar vidas y combatir la malnutrición y el hambre en los países de ingresos bajos. Sabemos bien lo que hay que hacer, necesitamos poner en el centro a las mujeres y las niñas, sólo si hay avances en la igualdad de género, en el medio centenar de países en desarrollo, con el 70% de la población mundial, construiremos un mundo mejor.
La pasada cumbre del G20 y la segunda cumbre de los ODS hicieron patente la necesidad de ir más allá de los debates si el mundo necesita o no más dinero o mejores políticas, más iniciativas verdes o más gasto en favor del desarrollo, más programas del sector público o más créditos e inversiones de fuentes privadas. Se necesitan ambos, simultáneamente, lo cual exige, además, una transformación drástica de los bancos multilaterales de desarrollo (BMD), empezando por el Banco Mundial para que vayan más allá de su función tradicional de financiar proyectos de inversión en países en desarrollo, en políticas sociales e infraestructura, para promover y contribuir a la provisión de bienes públicos globales. Aun si no hay acuerdo sobre la capitalización de los BMD, el financiamiento asequible para los países en desarrollo requiere ampliarse. Se necesitan triplicar los recursos disponibles para concesiones financieras en favor de los países más pobres y préstamos sostenibles para los países de ingresos bajos e ingresos medios. Se requieren aumentos generales de capital y una amplia movilización de recursos de financiación privada.
Nuevos liderazgos se necesitarán para conseguir que gobiernos, entidades filantrópicas e instituciones privadas establezcan mecanismos para enfrentar los desafíos globales del desarrollo mediante un conjunto de opciones de financiamiento como garantías de crédito, préstamos, subsidios y la reducción de los factores de riesgo. La pandemia del COVID anuló muchos de los avances logrados en la erradicación de la pobreza extrema e hizo evidente, cuatro años después, la necesidad de más ayuda, poniendo en el centro de la atención los recursos y necesidades de los países más pobres, cuya deuda externa se incrementó en un 28%. Será necesario condonar parte de esa deuda impagable y conseguir que obtengan más financiamiento en condiciones favorables.
La aprobación del Convenio Marco de la ONU sobre Cooperación Tributaria hará muy difíciles las negociaciones entre países desarrollados y en desarrollo. Las perspectivas económicas mundiales son desfavorables: las inversiones extranjeras directas cayeron un 30%, el crecimiento global no superará el 3%, hay una débil recuperación de China, la deuda global alcanzó la cifra récord de 307 billones de dólares, el comercio mundial se contrajo un 5%, hay 300 millones de niños en pobreza extrema. Casi la mitad de la población mundial vive en países donde en 2024 se celebrarán elecciones. Ese es el calibre de nuestro futuro.
@JAlvarezFuentes