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EL ÚLTIMO VAGÓN: EL RETORNO A NUESTROS PUPITRES

HUGO J. CASTRO

A mis maestras y mis maestros, que sin ellos estas letras nunca hubieran aparecido

¿En qué momento nosotros mexicanos dejamos de soñar en nuestros salones de clases? ¿por qué en lugar de ser recordados en nuestras escuelas por nuestros nombres, solo quedamos como una estadística histórica en los anales de la SEP?, acaso ¿ya solo se obedecerá a la estructura de la educación en nuestro país, muchas veces política, otras tanta empresarial y cada vez menos humana, como el espacio para adoptar lo que un puñado de voluntades exigen a sus conveniencias?

La educación en nuestro país no es una cuestión de magia, en donde con unos cuantos conjuros y la mezcla de ingredientes, nos darán como resultados estudiantes de gran nivel, capacitados para un mercado laboral y global, que en sus manos estará el sacar adelante a México, gracias a que lograron desarrollarse por medio de la enseñanza. La realidad es más cruda, al punto de vernos intrigados con la idea de hacia donde irá nuestro país, sin no podemos confiar en la formación de las próximas generaciones.

Históricamente, la falta de recursos capaces de ayudarnos a la mejora en los procesos de enseñanza-aprendizaje, se ha compensado con la vocación miles de maestras, maestros y estudiantes a la docencia, quienes toman su labor no con la finalidad de hacerse ricos (salvo si llegas a los puestos y las cúpulas de ciertos sectores), sino por la pasión de transformar a la persona que se les ha encomendado.

Es por ello que una historia como El Último Vagón de Ernesto Contreras, se convierte en una historia cercana al esfuerzo no sólo del alumno que tiene que crecer y aprender, sino de la maestra que deja su vida por tener la esperanza que al sembrar en algunos una pequeña semilla, habrá la probabilidad de que salga algún fruto bueno.

Y es que en los últimos años en nuestro cine también ha tocado el tema de la educación solo con la idea de la aspiración a salir adelante, muy parecida al “mainstream” de este tipo de historia que se hacen Hollywood, aunque acá sin el hip hop y pandillas de por medio. Acá se han hecho películas como El Estudiante (Roberto Girault, 2009), con una gran actuación de Jorge Lavat, o el remake de una película alemana (Fack ju Göhte y si la primera palabra es lo que usted imagina, pero en alemán) que se tropicalizó el título: No Manches Frida (Nacho G. Velilla, 2016), y llevó en los papeles estelares a Omar Chaparro y Martha Higareda (aquí no haremos ningún chiste sobre las declaraciones de la actriz que se han hecho virales). Ojo aquí, no es que hay que dilapidar en contra este tipo de película, al contrario, son formas de crear el cine que merecen su espacio, así como la capacidad de transformar a los espectadores. Pero estas historias se dan en escuelas que tienen ciertos privilegios: tienen luz, agua, sanitarios, hay calles que te pueden llevar a la entrada de la institución y hasta tienen por lo menos una puerta, es decir condiciones que posiblemente existan para solo un 20% de la población estudiantil de México.

El Último Vagón es una interpretación libre de diversas situaciones que aquejaron y aquejan en nuestro país. El guion de Javier Peñalosa, presenta la vida de una comunidad de constructores de vías ferroviarias (aunque estos trabajadores no llegan a sordidez que se mostraba de la mítica Viento Negro), las cuales permitirán a que el tren llegue a más lugares y permita el avance, así como pasó en nuestro Torreón hace muchos ayeres. No es un relato histórico, al combinar elementos que son muy cercanos a las realidades tanto del pasado como hasta en cierto punto aun presentes en este tipo de comunidades, cómo si el tiempo no hubiera pasado. Además, recordemos que el cine de Ernesto Contreras busca hablar de México saliendo de los estereotipos, dejando la “comodidad” que ofrece el filmar en la CDMX (de ahí que las producciones se les consideren, sin intención a ofender, cine “chilango”) para ofrecernos una mirada que puede aterrizar en cualquier sitio de nuestra república.

Esta historia nos muestra el desarrollo de su protagonista “Ikal”, quien nos regresa a nuestros viejos pupitres, a colgarnos la mochila de cuero o nuestro moral de mezclilla y retornarnos con nuestros primeros maestros, que nos abrieron las puertas hacia un futuro que nos permitió ser “lo que nosotros quisimos ser”, como dice la enorme Adriana Barraza en el papel de la “Maestra Georgina”. De nueva cuenta se ve el trabajo de dirección de Contreras, sacando de cada actor y personaje lo mejor de si, hasta la misma participación del perro-actor Mante.

Es una historia entrañable, que tiene su dosis de nostalgia, de critica y de sacudir a la sociedad que necesita no olvidar el tema de la educación como base no solo de una sociedad, sino de lo más entrañable que puede tener una nación, nuestro corazón.

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