En Tlaxcala, de nuevo, con más españoles, los de Narváez, Cortés se reorganiza; por un lado, manda a Veracruz por la madera y los instrumentos que pudieran servir de los barcos, así como las velas, para comenzar a construir varios bergantines; por el otro, comienza a pacificar los alrededores de la capital del imperio azteca. Posteriormente, ya organizado, vuelve a lanzarse en contra de la capital, donde termina de construir sus bergantines y los lanza al lago, mientras qué, con sus hombres, se lanza por la gran calzada. Ha de tomarla paso a paso, porque los aztecas están dispuestos a defender su territorio con sus vidas, y lo van a hacer.
Son dos Tlatoanis que se enfrentan a Cortés, el primero, Cuitláhuac, muere de las viruelas, dura apenas ochenta días gobernando, el segundo será Cuauhtémoc, al que López Velarde llama joven abuelo.
Como ninguno de los dos bandos da su brazo a torcer, la ciudad va a ser completamente destruida. Cuauhtémoc se refugiara en Tlatelolco y cuando ve que casi todo su pueblo muere en la lucha, intenta huir, pero es interceptado por los bergantines y posteriormente llevado a Cortés. De aquí surge esa frase célebre que a todos les gusta transmitir de boca en boca: toma ese puñal y mátame. La frase continúa, cito:
"... y esto cuando se lo decía lloraba muchas lágrimas y sollozos y también lloraban otros grandes señores que consigo traía. Y Cortés les respondió con Doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, muy amorosamente, y le dijo que por haber sido tan valiente y volver por su ciudad le tenía en mucho más a su persona y que no era digno de culpa ninguna, y que antes se le ha de tener a bien que a mal, y lo que él quisiera era que, cuando iban de vencida antes que más destruyéramos aquella ciudad ni hubiera tantas muertes…" (Bernal, capítulo CLVI).
Tuvo que retirarse a Coyoacán mientras decidían donde construir la nueva capital. Decidieron construir donde estaba la anterior. Las piedras de las antiguas construcciones sirvieron para levantar las nuevas.
En su primera instancia, los soldados habían perdido mucho oro que se quedaron en los canales, en la huida. Además, se imaginaban cantidades de ese material escondido en alguna parte. Presionaron a Cortés para que obligaran a Cuauhtémoc a que les dijera donde estaba el oro, y fue cuando le quemó las plantas de los pies. Él tampoco lo sabía.
Don Hernando mandó el quinto real a Carlos V. Por otra parte, asignó a otros españoles para que hicieran conquistas, entre ellos a Cristóbal de Olid que fue a las Hibueras.
Sabiendo de sus hazañas, la esposa que tenía en Cuba decidió ir con él. Su nombre: Catalina Suarez Marcaida. No duró mucho pues al poco tiempo murió. Este es uno de los muchos pecados que le van a echar en la cara cuando lo acusen por todo lo que lo puedan acusar sus enemigos o los que desean quedarse con sus riquezas o nombramientos.
Comete un gravísimo error cuando Cristóbal de Olid le hizo lo que él le había hecho al gobernador de Cuba. Va en su búsqueda con gran boato, se pierde en la jungla, comienza a sospechar de todos, hasta del tlatoani que iba con él y decide matarlo para quitarse de un gran problema. Tarda más de dos años en volver y cuando regresa ya lo ha perdido casi todo. Los gobernantes que había dejado lo hacen mal. Los primeros: Gonzalo de Salazar y Rodrigo de Albornoz. Los segundos, Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirinos de Ubeda; quienes se dedicaron a hacer muchos escándalos. Les rebocaron el poder y volvieron a gobernar los primeros.
Regresa Cortés; la Corona ya ha mandado a gobernar a Ponce de León, quién a los pocos días de llegar, muere. Otro pecado más del cual va a tener que probar su inocencia. Después, nombrado por el anterior, gobernó Marcos de Aguilar. Murió de budas y dejo a Alonso de Estrada, que por tercera vez gobernaba. Gobernó junto con Gonzalo de Sandoval. A este último lo eliminaron, posteriormente.
Por último, llegó la primera audiencia con Nuño de Guzmán a la cabeza; este sí era un maldito que le hizo la vida imposible a Cortés y a todos los que se cruzaron en su camino.
Cortés va España a defenderse de todas las acusaciones.
Más bibliografía: Hernán Cortés, por José Luis Martínez. Carlos Pereyra y Salvador de Madariaga también tienen biografías de él. Carlos Pereyra escribe, La huella de los conquistadores.