Mientras se iban dando a conocer encuestas a boca de urna en las elecciones generales en Polonia hace dos domingos, Adam Michnik, uno de los disidentes clave en la transición del comunismo a la democracia y en trozar el yugo soviético en Europa del Este, hizo una predicción: "En 1989, los polacos fuimos los primeros en acabar con el comunismo; ahora seremos los primeros en acabar con el trumpismo". Y es que una coalición de partidos de oposición -con una participación récord que superó el 74%- logró, enmarcando las elecciones como una última oportunidad para salvar a Polonia como una democracia liberal europea, una importantísima victoria electoral contra un gobierno autoritario y xenófobo-demagogo (el partido Ley y Justicia, o PiS) con vasos comunicantes ideológicos y anti-liberales con el gobierno húngaro y con el que en su momento encabezó Trump.
El partido gobernante perdió unas elecciones que organizó y manipuló en su beneficio. Desde que llegó al poder democráticamente por primera vez en 2015, el PiS fue socavando los cimientos de democracia liberal y de una sociedad abierta, plural y tolerante, construidos arduamente desde la transición y a lo largo de años de anclaje a la Unión Europea. Convirtió a la televisión estatal en una plataforma facciosa de propaganda, retacó el poder judicial y el propio Tribunal Constitucional con jueces a modo, utilizó empresas estatales para financiar sus campañas, evisceró y politizó la administración pública del Estado, modificó leyes electorales a contentillo y, a través de una estrecha relación con la iglesia católica, tomó control de las escuelas públicas, impulsando una agenda anti-aborto y anti-LGBTQ+. Aun así, después de ocho años de control férreo, el PiS solo obtuvo poco más de un tercio de los votos y no tiene una hoja de ruta para formar gobierno. Salvo sorpresas inesperadas y quizás algunos intentos de socavar el resultado (en parte mediante su influencia en la maquinaria política a nivel local y argumentando irregularidades y que la elección debiera invalidarse; ¿suena familiar?), la amplia coalición opositora variopinta liderada por Donald Tusk, ex primer ministro y ex presidente del Consejo Europeo, formará una coalición de gobierno de centroderecha y centroizquierda.
Para muchos que se preguntarán por qué dedico hoy estas líneas a Polonia, tan distante a nosotros, y para un país como el nuestro en el cual buena parte de la clase política no deja de mirarse el ombligo, la victoria de la oposición polaca conlleva lecciones importantes para México camino a 2024. El resultado polaco subraya que no hay nada inevitable en la llegada al poder de partidos populistas y demagogos iliberales. Pero es sin duda una prueba de que si la oposición, por muy dispar que pueda ser, trabaja junta y de manera coordinada, se mantiene unida, se dedica a movilizar a sus distintas bases -sobre todo las urbanas- con temas particulares que si bien van anclados a una gran narrativa común, resuenen y detonen tracción electoral cara a su respectivas bases y electores, sí se puede derrotar en las urnas a gobiernos demagogos, populistas y de tendencia autoritaria enquistados en el poder y que buscan instrumentar elecciones de Estado. Polonia ha demostrado que nada es inevitable en el ascenso de la autocracia o el declive de la democracia liberal, y que si la oposición al populismo y la demagogia de distinto signo ideológico invierte tiempo y sentido común en la organización política y movilización cívica, puede rendir frutos.