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¿La Nueva Vizcaya en el Quijote? Parte I

Para Saúl Rosales Carrillo y Juan Antonio García Villa, neovizcaínos, caballeros andantes de la Laguna y buenos amigos de Miguel de Cervantes

(FREEPIK)

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Al leer por primera vez el Quijote completo no le puse atención a esas dos palabras, cabe confesarlo. Tenía alrededor de veinte años, no tomaba ningún apunte como lo acostumbraría después, ni subrayaba los escritos. Fue hasta principios de los noventa, al repasar y comentar la obra en grupo, en la casa del poeta Petronilo Amaya, que me atrajo de pronto aquel nombre: Nueva Vizcaya, tan atractivo, tan familiar, tan bellamente musical. ¿Qué hacía en el clásico cervantino? ¿Qué había llevado al escritor alcalaíno a integrarlo en su maravilloso relato? Revisé entonces las anotaciones de ediciones antiguas y modernas, acerqué bibliografía adicional que me diera luz sobre la dichosa cuestión (aquí el adjetivo calificativo viene bien al punto). Guardé el breve borrador, origen lejano del presente artículo.

La alegre referencia, pues, aparece en el capítulo XVIII de la primera parte de la célebre historia. Vale la pena recobrar el contexto: Todavía muy alucinado por la lectura de las novelas de caballerías –nivel que irá bajando gradualmente, como sabemos, al sucederse las aventuras-, don Quijote y Sancho Panza, han dejado atrás los molinos de viento, el adelantado discurso de la pastora Marcela, la venta de Juan Palomeque, entre otras (algunas tristes, casi trágicas) peripecias, y ahora de nuevo avanzan por el campo. Y ocurre: Don Quijote mira una gran nube de polvo provocada por un rebaño de ovejas ¡y ya está, la imaginación se le enciende!:

-Éste es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte, éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.

Luego de esta exaltación tan propia de nuestro extraordinario personaje, vendrá la lista, no tan larga, de los caballeros que supuestamente entrarán en batalla, y cuya muestra inverosímil da cuenta del gran ingenio para fabular de Cervantes.

Una enorme y repentina capacidad de invención en el relato, para apuntarlo en compañía del crítico contemporáneo Roberto González Echevarría (“Las improvisaciones en el Quijote”, Letras Libres, diciembre 2012). Nombres y graciosas atribuciones que divierten al lector con ese dibujo caricaturesco, paródico, de los contendientes: Micocolembo, Brandabarbarán de Boliche, Pierres Papín, Espartafilardo del Bosque, Pentapolín del Arremangado Brazo, Alifanfarón de la Trapobana.

Y sumado a esta desmesurada pléyade verbal, y aquí viene la clave que más nos interesa a los oriundos de Durango, Chihuahua y Coahuila, para citar solamente tres de las entidades que compartimos en el pasado el territorio neovizcaíno:

Pero vuelve los ojos a estotra parte, y verás delante y en la frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe.

Miguel de Cervantes derrocha una formidable capacidad de invención en este relato pilar de la lengua española (FREEPIK)
Miguel de Cervantes derrocha una formidable capacidad de invención en este relato pilar de la lengua española (FREEPIK)

ALUSIÓN

¡Imposible no reírse de semejante desfile!

Pero antes de ir al grano, precisamente en alusión a la Nueva Vizcaya, vale la pena echar mano de la erudición cervantina de abolengo para mejor aproximarnos a los orígenes del párrafo anterior. Comencemos de atrás para adelante con los Quijotes, así sea a vuelo de pájaro. Juan Antonio Pellicer en su vieja edición (1797) destaca la filiación homérica (libro 20 de la Ilíada) como el antecedente del recurso narrativo de la serie de caballeros que rememora don Quijote, incluso señala que Cervantes merecería igual elogio que el poeta griego. Francisco Rodríguez Marín, por su parte, subraya en 1942 (primera edición 1927-1928) que el pasaje es quizá una burla a Lope de Vega, que había escrito algo parecido en otra ennumeración “rimbombante y campanuda” en “La Arcadia” (libro III), y transcribe la lista en cuestión. Pero ninguno se detiene especialmente en la Nueva Vizcaya.

Tampoco hay algo a propósito en la edición del gran Clemencín (1967; primera edición 1819), en quien yo tenía más esperanzas, dada la celebrada amplitud de sus comentarios, si bien nos advierte que no hay que ir tan lejos para hallar la más cercana fuente de parentesco de la citada lista, que habría que situarla en la obra El Caballero del Febo y, sobre todo, en el Amadís de Gaula , ya que es el que “ofrece mayor número de recuerdos y puntos de semejanzas” en su libro IV (capítulos CVII y CIX); también nos presenta el listado ilustrativo. ¿Y qué agregan las ediciones más recientes deFlorencio Sevilla y la canónica de Francisco Rico?

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Escrito en: Cultura Quijote Nueva Vizcaya

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