Le he comentado ya, mi querido lector, sobre cómo el texto llena nuestro mundo y los ambientes, pero ahora quiero platicarle sobre el origen de la palabra "texto". La considero una etimología muy bonita y que vale la pena conocer; la palabra "texto" proviene originalmente del latín texo que es el participio del verbo texere… ¿ya sabe usted por dónde va la cosa?
¡Ándele! Sí se la supo… y si no, yo se la digo, que para eso estamos: texo significa "tejido" y el verbo texere es "tejer". Así como se teje un suéter o una "chambrita" -una blusa corta- con hilos, también los textos son "tejidos" de letras, que van formando palabras y luego enunciados y frases.
Y si hablamos de textos, pues tenemos que hablar de los libros, porque es en ellos donde encontramos esos "tejidos" que nos fascinan con su encanto. Y si hablamos de libros, pues hay que mencionar al papel, que sabemos que se produce de la corteza de ciertos árboles. La palabra papel viene del latín papyrus -se acordará usted de los papiros- que era precisamente esa planta abundante en el antiguo Egipto y con cuyas fibras se fabricaba la lámina en la que se podía escribir, lo que luego evolucionó en el papel como lo conocemos hoy.
La palabra libro proviene del latín liber que los romanos usaban para darle el nombre a las fibras que están entre el tronco del árbol y su corteza. Los griegos, en cambio, al libro le llamaban biblíon, haciendo referencia a la antigua ciudad de Biblos, que era donde se producía los papiros en grandes cantidades y que se exportaban a otras ciudades. De esa raíz se han derivado palabras que hasta nuestros días tienen lugar y uso en el lenguaje, como la Biblia -que en su origen significa "los libros"-, biblioteca y bibliografía.
Al principio de la escritura, los libros se tenían que escribir en materiales duros como la madera, la piedra o láminas de arcilla, lo que era muy tardado y complicadísimo. Con el grandioso invento de las diversas formas de papel, todo esto cambió y la capacidad de hacer libros aumentó enormemente. Pero al hablar de libros, incluso de los antiguos, nos imaginamos su forma como los conocemos ahora, pero en la antigüedad no eran así.
Los libros, ya escritos en papel, se hacían en forma de rollos, lo que tenía la ventaja de que se podían hacer de una extensión considerable e incluir más información, además de que al enrollarse ocupaban mucho menos espacio para guardarlos… ¡qué práctico!
Así que, al imaginarnos a los antiguos lectores, los debemos imaginar sosteniendo un rollo, no un libro encuadernado. Estos libros en rollo, para leerlos, se iban desenrollando poco a poco y se iban enrollando de nuevo, pero al final quedaba -obviamente- enrollado al revés. Por esta razón, una buenísima regla de etiqueta marcaba que, al terminar de leer un libro -un rollo- tenías que rebobinarlo para que estuviera listo, en el orden correcto, para el siguiente lector.
Algo así como lo que hacíamos con los videocasetes que rentábamos en los videoclubes, que teníamos que "regresarlos" - o sea, rebobinar la cinta- antes de entregarlos… o te cobraban una multa.
¡Uy, qué tiempos aquellos! ¿Se acuerda?
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ME PREGUNTA Jack Ordaz: ¿Es correcto decirle "jueza" a una mujer que ejerce el título de juez?
LE RESPONDO: Sí es correcto. Se puede decir "la juez" o "la jueza" y ambas formas son aceptadas como correctas.
LAS PALABRAS TIENEN LA PALABRA: "Ayer" no lleva 'h' y "hoy" sí. ¡Cómo cambian las cosas de un día para otro!