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Los caminos y las cruces

JOSÉ EDGAR SALINAS URIBE

En el mundo cristiano recién se conmemoró la pasión de Jesús y, también desde el discurso de la fe, su resurrección. Quien no está adentrado en el tema puede cuestionar el estatus real de dichos temas. Sin embargo, la antropología y la arqueología han dado cuenta de ciertos aspectos bíblicos cuya condición histórica ha sido comprobada. Uno de esos aspectos es la práctica común de la crucifixión. Es aceptado que Jesús de Nazaret no fue el primero ni el único de los crucificados, y tampoco quienes a su lado estuvieron en la misma condición lo fueron solo de manera circunstancial o para cumplir algún discurso profético puesto que, repito, tan infame práctica era más habitual de lo que se cree. Desde un punto de vista histórico, la crucifixión del nazareno no tendría, por desgracia, nada de extraordinario.

Traigo a colación el tema de la crucifixión porque en aquella época el escarmiento que se pretendía no solo era contra quien recibía tan cruel final sino también un mensaje de advertencia hacia aquellas personas que osaran romper el orden establecido o desafiar al poder invasor. Por eso había ciertos caminos elegidos para las crucifixiones, de modo que no escapara la advertencia a nadie. Fueron estos caminos llenos de cruces algo normal por entonces.

A propósito de caminos saturados por cruces y de la conmemoración referida, también en estos días volvieron a ser noticia caminos (carreteras) del país por el peligro que han representado. Lo más escandaloso fue lo ocurrido en la carretera 57 a la altura de Matehuala donde un presunto secuestro de más de veinte personas llevó a que se supiera de un hecho semejante de otras dieciséis y al final al hallazgo de cien más en esa situación mientras se buscaba a las primeras.

Si bien los ataques han afectado a personas de muchas condiciones y procedencias, ha habido un notorio ataque contra un grupo poblacional que me atrevo a describir como de nuevas personas crucificadas y está constituido por desplazados de sus lugares de origen y que en México se encuentran principalmente en condición de paso y solemos describir como migrantes, aunque no necesariamente sea la misma condición.

Como ocurría en la antigüedad con los crucificados ahora el daño físico está acompañado también de una estigmatización individual y de grupo. Además de los ataques y daño a la integridad, el señalamiento y la asignación de atributos negativos amplían el castigo social a ciertos grupos. Como trágico ejemplo está lo sucedido en una instalación del estado mexicano en Ciudad Juárez donde además de muerte, cuarenta personas encontraron la miserable acusación de haber provocado su suerte.

Frente al asesinato de otra persona en la carretera a Zacatecas hubo entre la autoridad alguien que recomendó no viajar en autos de lujo, tampoco de noche y no detenerse en los paraderos. De manera que el acento no se pone en los victimarios ni en las omisiones de la autoridad y la incapacidad de ofrecer caminos seguros al contribuyente y a la población en general, sino en la víctima que decidió usar ese camino con el vehículo y horas equivocadas. Desde luego, no estamos hablando de situaciones que pudieran clasificarse dentro de la comisión de algún delito extraordinario, que en muchas partes se presenta, sino de una condición estructural de victimización en el camino o, para nuestros días, en las carreteras.

El reto de las personas desplazadas de sus países o lugares de origen y de la migración en general es tan grande y complejo que ni Europa ni mucho menos Estados Unidos han podido bosquejar intervenciones durables de solución. Los parches han resultado trágicos. México no abona tampoco a las soluciones y se está convirtiendo en un territorio que asemeja a aquellos caminos donde fue crucificado el nazareno donde la víctima es, además, parte de un mensaje de advertencia para el resto de quienes transitan por esas vías. Absurda y trágica realidad.

@EdgarSalinasU

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