La definición de la lucha entre porfiristas y lerdistas tenía que darse en el campo de batalla. Llegó el enfrentamiento, y en él salió vencedor el hombre que habría de regir al país durante más de 30 años: don Porfirio Díaz.
Largo había sido el peregrinar de don Porfirio Díaz. Perseguido por Juárez, que lo odiaba con zapoteca frialdad, el general hubo de andar a salto de mata. Estuvo errante por las sierras de Puebla y de Oaxaca; se refugió con "El Tigre de Álica", Manuel Lozada, en tierras de Colima y Nayarita; pasó a los Estados Unidos; combatió infructuosamente en el Norte. Por fin en Nueva Orleans se embarcó con rumbo a Veracruz. Ahí llegó a tierra metido en un baúl como mercancía de contrabando. Ocultado por el gobernador Dehesa, su partidario, pudo entrar otra vez en su solar, Oaxaca, donde se dispuso a dar la acometida final contra el gobierno de don Sebastián Lerdo de Tejada.
Nunca había dejado don Porfirio de tener partidarios en Oaxaca. Tan pronto manifestó su decisión de enfrentar al gobierno con las armas se le acercaron miles de indios juchitecos. Ni siquiera tuvo necesidad de recurrir al odioso procedimiento de la leva. Era muy estimado por los indios, y éstos respondieron a su invitación de ir al campo de batalla. Los juchitecos tenían fama de ser los indios más aguerridos del sur. Antes de lo que esperaba, don Porfirio vio reunidos en torno de sí a 5 mil bravos juchitecos. Con ellos se dirigió hacia la capital de la República.
Lerdo envió contra él al general Ignacio Alatorre con 3 mil soldados. La fuerza parecía muy inferior en número a la de Díaz, y lo era ciertamente, pero los soldados de Alatorre eran de línea, adiestrados en el manejo de las armas y en las tácticas de guerra. Así, en verdad los dos ejércitos estaban muy equilibrados.
El encuentro se produjo en los llanos de Tecoac, una famosa hacienda cercana a Huamantla, en el estado de Puebla. La lucha fue muy pareja: si el general Díaz era un hábil comandante, no le cedía terreno don Ignacio. Bien pronto la lucha pareció inclinarse en favor de las tropas gobiernistas: los soldados de Alatorre, más disciplinados y con mejor armamento que los juchitecos, empezaron a obligarlos a retroceder. Desde un pequeño otero el general Díaz vio aquella retirada de los suyos y se juzgó perdido. Sus generales le aconsejaron dar el toque de retirada. Sería mejor salvar su ejército y buscar una mejor ocasión de combatir que perderlo todo en aquella acción que se veía perdida.
En eso sucedió lo extraordinario. Súbitamente, sin que lo esperaran ni Díaz ni Alatorre, apareció el general Manuel González, partidario de don Porfirio. Llevaba mil hombres de a caballo. Irrumpió con violencia en el campo de batalla y dispersó a los soldados del gobierno. Con eso embestida por sorpresa se desconcertaron las fuerzas de Alatorre. Recuperaron fuerzas los juchitecos y cargaron sobre las tropas gobiernistas. Cogidos a dos fuegos los soldados de Alatorre ya no pudieron resistir y se pusieron en desordenada fuga. El general Díaz quedó dueño del campo de batalla. Y quedó también dueño de México.