¡POBRE RANA!
Se sentía la criatura más fea de la tierra.
Miraba a la libélula, que el Señor hizo para que a los hombres se les ocurriera el art nouveau, y envidiaba lo irisado de sus alas y la gracia de su vuelo.
Veía a las mariposas, pétalos del aire, y se avergonzaba de la torpeza de sus saltos.
Pasaba sobre ella el colibrí, y su belleza la ponía triste.
Sucedió, sin embargo, que una mañana llegó el rano.
La rana ignoraba que el rano es el macho de la rana. No es la única. Ahora que escribo esto, mi ordenador -tan desordenado a veces- me subraya con una línea roja la palabra "rano". La juzga equivocada o inexistente. Busque en el diccionario el término y encontrará que existe y es correcto.
El rano vio a la rana y exclamó enamorado:
-¡Qué hermosa eres!
Entonces la rana ya no sintió envidia de la libélula, de la mariposa y del colibrí. Se fue con su compañero dando pequeños y graciosos saltos. Y el verde de la rana hizo buen juego con el color rojo de la raya que mi ordenador pone al pie de la palabra "rano".
¡Hasta mañana!...