San Virila, cuenta la Leyenda Dorada, solía decir que él no hacía milagros: se le salían. A veces, comentaba, no sabía si dejar salir o no el milagro.
Una vez conoció en la aldea a una pareja de casados. El hombre era hosco, grosero, de carácter áspero. Trataba mal de obra y de palabra a su mujer, y eso que ella era mansa y sumisa. O quizá por eso la trataba mal.
El sujeto retó a San Virila:
-Si eres tan milagroso como dicen hazme un milagro.
San Virila le cumplió el deseo. Lo convirtió en piojo.
Le dijo la mujer:
-Padre santo: yo sí creo que eres milagroso, y te pido que si le hiciste un milagro a mi marido ahora me hagas uno a mí.
Sonrió el frailecito y le preguntó:
-¿Qué milagro quieres que te haga?
Respondió, suplicante, la mujer:
-Deja a mi esposo como está.
¡Hasta mañana!...