"Tingo Lilingo mató a su mujer. / La hizo tasajos y la fue a vender. / Nadie la quiso porque era mujer.".
Las niñas y niños de mi barrio cantábamos esa cancioncilla mientras dábamos vueltas en círculo tomados de las manos.
No lo sabíamos, desde luego, pero estaban germinando ya en nosotros las semillas del machismo y de la discriminación que todavía en nuestro tiempo victimizan a la mujer. Hasta en las rondas infantiles, aparentemente ingenuas, rondaba la sombra de esos males que ni aun nuestros padres advertían.
De lo que en seguida voy a relatar no hace mucho tiempo; tres años a lo más. En una ciudad, cuyo nombre no diré, un amigo y yo íbamos en taxi. En el radio oímos la noticia de que un hombre había golpeado a su mujer hasta el punto de mandarla al hospital. Mi amigo comentó con disgusto esa noticia. ¿Cómo podía haber hombres que trataran así a sus esposas? Y el taxista dijo:
-Es que no entienden, señor.
La violencia contra las mujeres sigue.
En el tiempo hemos avanzado. En la conciencia no.
¡Hasta mañana!...