"LA HIJA DEL ACRÓBATA".
Tal es el nombre de esta litografía aparecida en La Ilustración Española, una revista de principios del pasado siglo que hallé en una de mis deleitosas búsquedas por las librerías de viejo.
La estampa muestra a un saltimbanqui que lleva en brazos a su pequeña hija, niña de 7 u 8 años. La expresión desolada del funámbulo indica que la pequeña está muerta. Perdió la vida, de seguro, al caer del trapecio o de la cuerda floja a donde subía a fin de ganar unas monedas. La mirada de la gente que contempla la escena confirma ese presentimiento.
¿Por qué guardé esa imagen de dolor, de sufrimiento? No lo sé. Sí sé que la tristeza es parte de la vida. En la oración mariana llamada de la Salve se dice que este mundo es un valle de lágrimas. Al empezar los días cuaresmales se nos recuerda que no somos más que polvo.
Y no obstante eso hay en nosotros un impulso que nos lleva a buscar los goces de la vida, goces que para algunas religiones toman la forma de pecado o culpa. Quienes han sido formados en esas doctrinas ominosas no pueden disfrutar de un deleite corporal sin sentir después remordimiento.
Yo pienso que la hija del acróbata no ha muerto. Está sólo privada de sentido. Abrirá los ojos de repente, sonreirá y dirá: "Papá". No habrá en ella dolor, ni en su padre habrá pena. Para ellos la vida será eterna, como eterna será también para nosotros.
¡Hasta mañana!...