A los 60 años de su edad John Dee ese prendó de una cortesana. La mujer lo enredó en sus embelecos, y se aprovechó de la inexperiencia del filósofo para ponerlo a sus pies.
Los amigos de Dee se afligieron. Aquel hombre que sólo vivía para el conocimiento estaba ahora desconocido. Olvidado de sus libros, de sus instrumentos musicales, de sus aparatos astronómicos, se bebía los vientos por la mujerzuela, que además hacía irrisión de él y lo menospreciaba.
El sabio, ya sin su sabiduría, le entregó todo el dinero que guardaba para su vejez, y a cambio de él la mala hembra le dio una sola noche. Después le cerró la puerta de su casa. Cuando Dee, llorando, le suplicaba que lo recibiera, ella hacía que sus criados le dieran de palos.
Triste, avergonzado, el filósofo se fue de la ciudad. Sus amigos no han vuelto a saber de él. Alguien lo vio a la puerta de un convento esperando el mendrugo que se daba a los mendigos.
John Dee ya no tiene lugar fijo. Va por los caminos sin ir a ninguna parte. A veces dice el nombre de una mujer. Sonríe entonces.
¡Hasta mañana!...