¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la vez que llevamos a nuestra casa a tu primera novia?
Seguramente lo recuerdas: esas cosas jamás se olvidan. Esas cosas jamás las olvidamos.
Tú y ella se menearon la cola mutuamente en señal de aceptación y agrado, y luego tú volteaste a verme como diciéndome: "Dejadme solo".
Entendí tu mirada -siempre entendí tus miradas, y tú entendiste las mías siempre- y me retiré discretamente. Dejé pasar una hora. Cuando regresé, la perrita mostraba un evidente aire de satisfacción, y tú mostrabas un evidente aire de orgullo. Entonces volteaste a verme como diciéndome: "Qué tal ¿eh?".
Era la vida, Terry, era la vida.
Por ahí andan ahora los hijos de los hijos de tus hijos. Quiero decir que por ahí andas todavía tú. Cuando veo un cocker spaniel color miel ganas me dan de hablarle: "¡Terry!". Pienso que a lo mejor has vuelto a nacer, pues alguno me mira como preguntándome: "¿Eres tú?".
Es la vida, Terry. La eterna vida.
Es la verdadera vida eterna.
¡Hasta mañana!...