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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Lo diré sin rodeos ni circunloquios: doña Mata era agiotista.

Nadie sabía a ciertas cómo se llamaba. Para todos era doña Mata, excepción hecha de aquéllos que le pedían dinero prestado. Para ellos era doña Matita.

Soltera, sin familia conocida, vivía de la usura.

-El señor obispo me tiene prohibido que preste con interés mayor al 8 por ciento. Pero si tú, por tu propia voluntad, por agradecimiento, porque te nace, me das un quincito por ciento más, y además me traes las escrituritas de tu casa como garantía, entonces con mucho gusto te prestaré la cantidad que me pides.

¿Para qué quería el dinero doña Mata? Para nada, se pensaba. Para guardarlo, nada más. Vivía pobremente. Se decía que tenía un solo vestido, y que cuando lo lavaba no salía a la calle ni recibía gente hasta que la prenda se secaba. Hacía solamente una comida en el día. La tercera, afirmaba, ya era gula.

Un día dejó de salir. Los vecinos pensaron que había lavado su vestido. No fue así. El mal olor hizo que viniera la policía. Los gendarmes hallaron muerta a la mujer. No había signos de violencia, pero el dinero nunca se encontró. Yo sé dónde está. Fue a dar a manos de un hombre que entraba en horas de la madrugada en la casa de doña Mata. Era cuando ella no salía durante dos días porque, pensaban los vecinos, estaba esperando que su vestido se secara.

¡Hasta mañana!...

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Escrito en: Mirador Armando Fuentes Aguirre Catón

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