No creo que en el Cielo haya sonado nunca una trompetilla.
Ese ruido soez y chocarrero contrastaría con la música celestial y con los armoniosos coros de los ángeles y los arcángeles, los serafines y los querubines.
Ignoro si el general George S. Patton se encuentra en la morada de la eterna bienaventuranza. Lo más probable es que no. Ignoro también si iré yo a ella. Lo más probable es que tampoco. Pero como la misericordia del Señor es infinita es posible que alguna vez dicho hombre y yo nos encontremos en la mansión celeste. Entonces le soltaré la trompetilla que antes dije.
Me es profundamente antipático ese mílite. Cuando leo la relación de sus hechos y sus dichos ganas me dan de arrojar el libro contra la pared. Y es que Patton era arrogante, altanero, prepotente. Sentía que en él habían reencarnado los grandes capitanes de la antigüedad. Hombre violento, llegó a abofetear a infelices soldados poseídos por la fatiga de la guerra, a quienes llamó cobardes. Protagónico; gustaba de ser fotografiado, a cuyo efecto portaba sendas pistolas con cachas de marfil. Llegó a ser para Eisenhower lo que los americanos llaman a pain in the ass.
Tipos vanidosos y narcisistas como él merecen una trompetilla. Se la echaré en el más allá por la forma en que se portó en el más acá.
¡Hasta mañana!...