-SOY EL NÚMERO UNO.
Así me dijo de buenas a primeras:
Pensé contestarle:
-En humildad no lo eres.
Pero soy de natural pacífico, y no gusto de entrar en polémicas o controversias. Guardé, pues, un prudente silencio. Los silencios suelen ser más prudentes que las palabras. Mi actitud desconcertó al número uno. Me preguntó, receloso:
-¿No crees que yo soy el número uno?
-Lo creo -admití conciliador-. Pero muchos otros me han dicho que son el número uno. También a ellos les he creído, como a ti, por buena educación.
Replicó:
-La verdad no se lleva bien con la buena educación. Hay que escoger entre ser sincero o ser bien educado.
Escogí ser sincero y le dije:
-No eres el número uno.
Me respondió con enojo:
-¡Mal educado!
¡Hasta mañana!...