Con la lluvia se han animado las tertulias después de la cena en la cocina del Potrero de Ábrego.
Tristonas eran las sobremesas durante el tiempo de sequía. Las mujeres bebían sin hablar su té de yerbanís, y los hombres, callados, apurábamos a tragos lentos nuestra copa de mezcal. Una noche don Abundio, hosco, rompió el silencio y dijo. "Dios está en el cielo, en la tierra y en todo lugar, menos en el Potrero". Doña Rosa, su mujer, lo reprendió, enojada: "Hereje".
Ayer, animado por la música de la lluvia en el tejado, el viejo nos contó que de recién casados su esposa amanecía cantando, feliz, todos los días. "Cantaba canciones muy alegres: 'Atotonilco', 'Las alteñitas', 'Échale un cinco al piano'. Le pregunté a su mamá si de soltera su hija cantaba así. Me dijo que jamás la había oído cantar. Entonces supe que la causa de que Rosa cantara por las mañanas eran las noches".
Reímos todos, y doña Rosa se enfurruña.
-Viejo hablador -dice.
Don Abundio hace con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!...