¿Recuerdas, Terry, cuando subimos por la vereda que lleva hasta la cumbre del cerro de Las Ánimas?
Tú perro joven, yo hombre no viejo, caminábamos ligeros. La mañana era fresca; en las agujas de los pinos se miraban aún gotas de rocío. Soplaba un vientecillo que en vano se esforzaba por ser viento, y conforme íbamos subiendo el claro azul del cielo se hacía más azul.
Llegamos a la altura juntos con el sol. Tú buscabas tu sombra sin hallarla; mi sombra me buscaba a mí sin encontrarme. Bebimos ambos el agua del manantial que brota allá en la cúspide. Luego emprendimos el descenso, quizás en contra de tu voluntad. Te detuviste a poco, y me mostraste algo con tu actitud de perro cazador. No lejos de nosotros pasaba, lento y majestuoso, un ciervo cola blanca de robusto pecho, erguida cabeza y corona como de emperador.
Pensé que un cazador se habría gozado dando muerte a esa noble y hermosa criatura. Cazar, decía Ortega y Gasset, es "tomarse unas vacaciones de humanidad".
De esto hace muchos años, Terry. Ni tú ni aquel venado han desaparecido. Los dos están en mi recuerdo.
¡Hasta mañana!...