La niña del retrato me mira con sus grandes ojos a través del cristal cóncavo del marco.
¿Qué edad tiene la niña? Igual puede tener 12 años que 18. Es frágil como la figurilla de Tanagra que está en la rinconera de la sala. Me dicen que se llamaba Nuncia, pero parece que tal nombre era abreviatura del suyo verdadero: Anunciación.
No conoció el mundo. Se fue de él meses después de que un fotógrafo itinerante le impresionó la placa, según se decía en aquellos años. La niña tiene un abanico entre las manos. No sabía qué hacer con ellas cuando la retrataron, y el fotógrafo le sugirió a la mamá de la modelo que le prestara su abanico.
Ahora ese abanico está sobre la mesa de la sala. Nadie lo toca nunca. De vez en cuando doña Rosa, la cuidadora de la casa, pasa por él las leves plumas de un plumero para quitarle el polvo. Así también le quita el polvo al vidrio cóncavo a través del cual la niña me mira con sus grandes ojos.
La niña. Su mamá. El fotógrafo. El retrato. El abanico. El vidrio cóncavo.
Y el polvo. El polvo. El polvo.
¡Hasta mañana!...