La curiosidad del hombre es muy curiosa. Por un lado lo lleva a ver a través de la cerradura; por el otro lo mueve a descubrir América.
Fue la curiosidad quizás, en buena parte, lo que hizo que el norteamericano Robert Ballard buscara los restos del Titanic hasta hallarlos. Desde entonces millones de personas en el mundo han visto los pecios del gran barco por las filmaciones que se han hecho de ellos. La bella película de James Cameron, con Leonardo di Caprio y Kate Winslet, mostró imágenes sobrecogedoras del navío.
A la tragedia del Titanic se ha sumado ahora el drama del Titán. En ambos acontecimientos influyó la soberbia humana, que desoye advertencias de peligro. El orgullo y la ambición no saben de prudencia, y ponen la vanidad y el lucro por encima de toda valoración ética. El Titanic no disminuyó su velocidad pese a conocerse la presencia de icebergs en su trayectoria. Un funcionario de la empresa fabricante del Titán fue despedido por denunciar defectos en el submarino.
Ahora los despojos de las dos naves yacen en el fondo del Atlántico a corta distancia una de la otra. Terminarán por desaparecer, pero no desaparecerá jamás la eterna curiosidad del hombre.
¡Hasta mañana!...