Me habría gustado conocer a doña Nina de Mercier. Vivió en la Ciudad de México en la primera mitad del pasado siglo. Se ganaba la vida dando clases particulares de francés a niñas bien, aunque lo hablaba con un acento que un buen oyente habría identificado como del barrio de la Merced.
Era positivista. Profesaba las ideas de Auguste Comte, a quien llamaba familiarmente "mi paisano". Escandalizaba y divertía al mismo tiempo a las mamás de sus alumnas cuando les cantaba -en español y en voz baja- cuplés aprendidos en las carpas de los barrios bajos de la Capital.
Su positivismo admitía ciertas excepciones. En cierta ocasión alguien le preguntó si creía en los espantos, o sea en los fantasmas. Respondió ella:
-No. Pero les tengo miedo.
Me habría gustado conocer a doña Nina de Mercier. Yo tampoco creo en los fantasmas, pero también los temo. Le habría pedido que me cantara alguno de aquellos pícaros cuplés, quizás ese que dice: "Si tu esposo te engaña no llores, dejalé, y córtale el bigote cuando dormido esté. Y algo más también que no puedo decir. Y algo más también que no he de repetir".
¡Hasta mañana!...