Antonio de Valencia, óptimo maestro, gozaba de insigne fama por su sabiduría. Tuvo amistad cercana con los tres hombres más eruditos de su tiempo: Erasmo de Rotterdam; Luis Vives, su paisano, y Guillaume Budeo, fundador del Colegio de Francia.
Nadie tenía en España tantos libros como aquel don Antonio de Valencia. Ni siquiera Nebrija pudo allegarse tantos. Poseía valiosos palimpsestos; fue dueño de los primeros códices indianos llegados de la América; tenía copia de raros manuscritos opistógrafos; coleccionaba hasta las coplas que el pueblo escribía en hojas de papel de estraza.
Una vez don Antonio de Valencia conoció a una muchachilla de ligero vivir y se prendó de ella. Por cumplirle sus antojos se empobreció y hubo de vender todos sus libros. ¿Ha de extrañar eso en un enamorado?
Sus amigos se preocupaban. Le decían:
-Ya no tienes libros.
-Sí -respondía Antonio de Valencia-. Tengo los dos más importantes: el amor y la vida. Antes despreciaba yo esos libros, pues no los entendía. Ahora los entiendo y los amo. El amor nos hace entender todo.
Y sonreía Antonio de Valencia al decir eso.
¡Hasta mañana!...