Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la vez que oyó el andante de la Sonata K. 381, de Mozart, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Los hombres creemos saber mucho, pero en verdad nada sabemos acerca de las cosas que en verdad importan. Hagamos a un lado cuestiones como de dónde venimos y a dónde vamos, y preguntemos por qué permite Dios el sufrimiento de los inocentes. La interrogación de Job sigue sin respuesta, y seguramente nunca la tendrá, pues Dios no responde las preguntas de los hombres.
Siguió diciendo:
-En esa noche de la duda sólo pueden estar tranquilos quienes poseen la luz que da la fe. Yo la tengo a veces, pero luego se apaga en mí su resplandor, y entonces me lleno de soledad y de inquietud. Pediré el don de la fe, aunque no la merezco, así de oscura es mi oscuridad.
Eso dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...