Llueve. Llueve. Llueve.
-Caen centavitos del cielo -dice don Abundio al pensar en la cosecha próxima, fruto de esa tierra bendecida por el agua de Dios.
En el techo de la casona del Potrero la lluvia danza con su propia música. Yo la oigo y me parece oír un Gloria como el de Vivaldi. Por la noche ese himno se vuelve murmullo, y entonces escucho el canto de la vida.
Ven conmigo a mirar el paisaje desde el ventanal. Los pinos de la montaña, antes de color gris, se han pintado de verde. Por la acequia, ayer triste de secano, va la corriente diciendo su alegría. El monte se cubrirá de hierba y de flores del campo, que a mis ojos son más flores que las del jardín. Son esas flores las que se visten con más preciosas galas que las que lució el rey Salomón.
Dejo en un rincón mis dudas, mis heterodoxias, mis módicas herejías, y doy gracias por lo gracia de Dios.
¡Hasta mañana!...