Este amigo mío con el que tomo la copa -varias- los martes por la noche habla del hombre como si fuera Dios, y de Dios como si fuera hombre. Así, sus opiniones son muy arriesgadas, pero él dice que para que una opinión sea en verdad opinión debe ser arriesgada.
Mi amigo cree en el infierno y en el cielo, con una salvedad: piensa que ambos están en este mundo. "No sé si haya otro -pondera-, pero con éste ya tenemos para discutir bastante".
Anoche él quiso hablar de la mujer en el teología: Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Santa Hildegarda de Bingen, Santa Teresa de Lisieux... Yo le propuse que en vez de hablar de la mujer en la teología habláramos de la teología en la mujer, ya que en ella residen, a mi juicio, todos los misterios humanos y divinos. Pero mi amigo no había bebido lo suficiente, de modo que se aferró al tema teologal. Manifestó:
-No se puede probar la existencia de Dios.
Me sobresalté al oír esa declaración, pues todavía llevo en mí el Catecismo de Ripalda. Añadió mi amigo:
-Pero tampoco se puede probar su inexistencia.
Ahora estoy tranquilo.
¡Hasta mañana!...