Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que lee a San Juan de la Cruz, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Los predicadores han visto siempre con recelo a la mujer. La consideran origen del pecado y fuente de continua tentación. No han perdonado a Eva, y la mala imagen de aquélla por quien el paraíso se perdió no la contrasta ni siquiera María, virgen y madre en la teología católica, espejo perfecto de virtud.
-Por eso quizá -siguió diciendo Cusset- prácticamente todas las iglesias cristianas prescinden de las valiosas aportaciones que las mujeres podrían hacer en ellas. Mujeres y hombres hay en el mundo y en la sociedad. Por eso la sociedad y el mundo viven. Si en los oficios eclesiásticos no participan hombres y mujeres por igual las iglesias languidecerán. Sueño con una iglesia en la que el hombre pueda unirse a la mujer, y la mujer pueda hacer en la iglesia lo mismo que el hombre hace.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...