Salim ben Ezra, califa de Bagdad, se enamoró perdidamente de una muchachilla que se ganaba la vida, y la de su padre y sus hermanos, bailando danzas voluptuosas en la calle.
La llevó a vivir con él en su palacio, y dio a sus familiares una fortuna para que se fueran lejos y no perturbaran su felicidad al lado de la amada.
Ella, sin embargo, no lo amaba. Lo trataba con desprecio, le imponía sus caprichos, y aun llegó a engañarlo con el apuesto y joven jefe de la guardia.
Cuando Salim supo de su deslealtad hizo llamar al verdugo de la corte.
-Trae tu espada -le ordenó.
Todos pensaron que iba a hacer ejecutar a la infiel y a su amante. No fue así. El califa le dijo al sayón:
-Mátame. Sin ella no puedo vivir.
El verdugo se echó de rodillas ante su señor y puso a sus pies su espada.
-Mátame tú a mí -le dijo-. No voy a obedecerte.
El pueblo, entonces, tomó a la mujer y al guardia, les dio muerte a pedradas y arrojó sus cuerpos a los buitres y chacales.
Poco tiempo después al califa se le acabó la vida por la tristeza. Cuando los cronistas narran esta historia lloran junto con quienes la escuchan.
¡Hasta mañana!...