Mi amigo, gastrónomo exquisito, puso acentos de misterio en sus palabras.
-Te invito a comer en mi casa -dijo-. Gustaremos un exótico manjar venido de África.
Llegué puntualísimo a la cita. La gula no se cuenta en el número de mis pecados favoritos, pero siempre que puedo la practico con objeto de prepararme para el tiempo en que la gula será el único pecado de la carne que me será dable cometer.
Sin decir casi palabra mi amigo me llevó a la mesa. Yo paladeaba ya el refinamiento de aquel manjar venido de África, hecho, según mi amigo anticipara, con substancias no producidas por nosotros.
Y mi amigo puso ante mí aquel exótico manjar.
Una tortilla.
De maíz.