Hay una forma sencilla de entender el desarrollo y naturaleza de la música en Europa desde la baja Edad Media, hasta el barroco.
Ello puede explicarse a través de la arquitectura catedralicia. El sur tendió a construir cúpulas en estructuras más horizontales, mientras que el norte se fue por la verticalidad, a las nervaduras y a las grandes y alargadas torres. Horizontalidad al sur, verticalidad al norte. En música esto tiene mucho sentido pues si apelamos a la disposición horizontalidad de las notas en un pentagrama, estaríamos definiendo una melodía. Por su parte la verticalidad en las notas implica hacerlas sonar de forma simultánea, lo cual nos lleva al mundo del contrapunto y de la polifonía.
Ello explica la riqueza melódica y definida de los italianos, y la complejidad armónica de los alemanes. En estos términos, ¿cómo sería posible un Vivaldi alemán? Una primera respuesta estaría en el mismo Bach que de alguna manera se formó bajo la sabiduría vivaldiana para aligerar sus severas formas contrapuntísticas.
Sin embargo, hay un caso que llama especialmente la atención: Johann David Heinichen. Nació en 1683 en Sajonia en un pueblo cerca de Halle la cuna de Handel. Heinichen produjo música sacra, serenatas, cantatas seculares en italiano, una ópera, una gran cantidad de conciertos y música de cámara.
Además, fue un gran teórico al haber editado su tratado Der General-Bass in der Composition, obra que detalla la técnica de composición y acompañamiento del bajo continuo considerando no sólo la forma, sino el fondo retórico filosófico. Este trabajo le hizo ganarse el sobrenombre del Rameau alemán. Heinichen tendría una estancia de 6 años en Italia, lo cual lo nutriría de ese especial lenguaje alegre y melódico. Pero lo anterior no debe llevarnos a considerar a este célebre compositor como una copia del modelo vivaldiano, como muchos tuviera el Prette Rosso. Heinichen fue más allá de Vivaldi.
Pongamos dos ejemplos básicos. Su concierto para violín en La menor. Después de crear una atmósfera con sabor a Venecia, entra un violín pleno de progresiones armónicas en plena comunicación con la orquesta. Digamos que plasma un tutti italiano con un solista alemán. Heinichen va más allá de Vivaldi al hacer de la armonía y contrapunto germanos una delicia de expresividad sensible y emotiva. Su música es brillante, amable y pegajosa sin perder la mesura.
Otro ejemplo de este fenómeno lo encontramos en su concierto para violín y oboe Seibel 240. Posee una estructura armónica sólida, pero con un dinamismo que le permite crear fantasías, sorpresas y colores orquestales, que no cabrían en su conjunto, ni en un Bach, ni en un Vivaldi. Johann David Heinichen, el Vivaldi alemán, el Rameau alemán… Yo diría más que fue un compositor y filósofo que logró mejor que nadie, combinar la forma con el fondo. La complejidad matemática y áspera del contrapunto con la vivacidad y sensibilidad de una novela o de un relato…. Un corazón con razones y una razón con corazonadas. Música en un suspiro.