En las últimas semanas hemos vivido en la antesala del infierno (entendido este desde la perspectiva de Dante Alighieri) con una ola de calor totalmente atípica si se considera la definición que hace el Sistema Meteorológico Nacional (SMN): una ola de calor u onda de calor se define como el periodo de más de tres días consecutivos con temperaturas arriba del promedio. En nuestro caso han sido tres semanas con temperaturas muy por encima del promedio, el cual es de 33 grados centígrados (33 °C) y con junio como el mes más cálido con una temperatura máxima de 35 °C. Nada que ver con lo que hemos vivido estas últimas semanas con temperaturas consecutivas de más de 40 °C. En ocasiones con más de 7 °C arriba de la temperatura máxima promedio de junio y hasta un poco más de 14 °C arriba del promedio veraniego de la región.
Un fenómeno que exacerba las temperaturas de una ola de calor es la formación de islas de calor que se produce en las zonas urbanas en donde los edificios, las calles asfaltadas y banquetas encementadas absorben más calor y lo liberan más lentamente, ocasionando temperaturas más altas que en las zonas naturales como los bosques y los ríos en donde el calor se absorbe menos y se libera más rápido. Desde luego la actividad industrial, la contaminación por el exceso de tráfico automotriz y las escasas áreas forestadas coadyuvan de manera determinante en la formación de islas de calor.
El SMN ha explicado que la masa de aire caliente que se estacionó en gran parte del territorio nacional se debe a la presencia de un anticiclón en niveles altos de la atmósfera, que favorece el clima cálido y la disipación de nubes. Por eso esta ola de calor se asoció a una sequía que ya da visos de terminar en el centro y sur del país, pero no en el norte, esperemos que pronto nos den una buena noticia en este tema y tengamos las anheladas lluvias de junio y cerremos este ciclo de calor de buen modo.
Desde el enfoque científico del IPCC (El grupo intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático) que desde 1988 es el principal órgano internacional encargado de generar y evaluar el conocimiento sobre el Cambio Climático, se nos alertó que esperáramos cambios en los episodios extremos de olas de calor, sequías o inundaciones en la medida del cambio de clima en el planeta. En el contexto que estamos viviendo significa aumento en la frecuencia, intensidad y duración de las olas de calor y sequías severas, y no se descartan grandes precipitaciones en otras latitudes desde luego.
El cambio climático ya no es una amenaza, es una realidad que afectará tanto a las grandes ciudades como a los entornos naturales, los eventos meteorológicos extremos como las olas de calor y las sequías serán habituales y ocasionarán problemas de salud y de suministro de agua.
El IPCC nos ofrece opciones de gestión de riesgos a través de la adaptación y la mitigación. Una de las acciones concretas más fáciles de implementar que tiene efectos importantes de mitigación y adaptación es el aprovechamiento de las tecnologías (la fotosíntesis, por ejemplo) que nos ofrece la naturaleza: en primer término, la conservación de ecosistemas y de las especies que contienen, los miles de plantas que existen en nuestras áreas Naturales Protegidas, mediante la fotosíntesis absorben naturalmente el carbono del aire el cual lo almacenan en sus tallos y raíces, y en el suelo. Son miles de toneladas de dióxido de carbono, principal gas de efecto invernadero, las que retiran de manera natural, sin costo alguno, nuestra vegetación nativa. Y en esta misma línea podemos todos coadyuvar un poco plantando un árbol o los que podamos y desde Parques y Jardines o más bien desde Medio Ambiente de los municipios reforestar las ciudades, lo cual tendrá un efecto directo sobre la calidad de vida de sus habitantes.
