¡PARA REFLEXIONAR. . .!
Ciudad pequeña. Gente sencilla. Aquella población típica norteña hacía preparativos para celebrar el nacimiento de Jesús, el Niño Dios, como enseñaron los adultos a llamarlo. Ciudad apacible, risueña y romántica. La temporada invernal había anticipado su presencia; eran finales del mes de noviembre y dos fuertes heladas se dejaron sentir; a principios de diciembre cayó la primera nevada, de las muchas que vendrían más adelante, según lo anunciado por las autoridades del clima, lo que aseguraba un invierno intenso y duro.
Hombres y mujeres, sacaban abrigos, suéteres, bufandas, guantes para hacer frente a aquella contingencia, ropa gruesa para proteger a niños y ancianos, considerados los más vulnerables. Vaciaban roperos, guardarropas, "clósets" con el fin de tener a la mano la indumentaria adecuada al temporal y así evitar malestares y enfermedades respiratorias que impedirían de presentarse, pasar la navidad con alegría.
Esta ciudad, apenas unos meses atrás había resentido las consecuencias de lluvias torrenciales que inundaron calles de varias colonias, afectaron viviendas, algunas de las cuales se vinieron abajo por la humedad y la acumulación de agua en techos, azoteas y terrazas.
Sin embargo, sus habitantes estaban acostumbrados a afrontar situaciones difíciles y complicadas, superándolas siempre; la Navidad estaba próxima y había que recibirla con alegría, optimismo y entusiasmo. La gente transitaba apresuradamente por las calles inundando con su presencia mercados y plazas.
os grandes almacenes y centros comerciales saturados de personas ansiosas y desesperadas, buscando el artículo o los objetos que serían el regalo, con el cual pretenden, vanamente, demostrar, afecto, cariño y amor. ¡Ilusos!; sólo pensaban en "cosas", en vez de sentimientos y valores, olvidando lamentablemente la plegaria de espiritualidad, tan necesaria en estos días: ¡Señor, dame vida para gozar de las cosas y no cosas para gozar de la vida!
Aquel buscaba lentes Polaroid o Ray Ban, mientras que éste, pedía ojos pues había perdido la vista; una mujer, vanidosa, se interesaba por esmalte para sus uñas, pero otra lo que quería era sus manos que le fueron arrancadas en un accidente; ésta, deseaba un vestido, elegante, para lucirlo en el baile de fin de año, en tanto que aquella rogaba a Dios le permitiera caminar, pues a causa de un problema vascular cerebral perdió su capacidad motriz; uno quería corbata, en tanto que otro lo que deseaba era la camisa. ¡Oh, misteriosa condición humana! ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!
o son las cosas materiales, las susceptibles de aportar felicidad; éstas se diluyen, se destruyen o se consumen; son efímeras, y al final no proporcionan satisfacción; en ellas sólo hay vanidad en quien las regala y morbo en quien las recibe. Hay que fomentar en los niños, desde ahora, una cultura de valores espirituales que son los verdaderamente necesarios y satisfactorios; los que persisten en el tiempo y se hacen eternos. Muy conocido es el cuento del tipo aquel que pide a los Reyes, zapatos de cierto estilo y calidad, y al no concedérselos, reniega y reclama airadamente. Al salir a la calle topa con un pordiosero que, suplicante, pide unas monedas para comer, y al observarlo el tipo renegado, se da cuenta que le faltan los pies. ¡Él enejaba por unos zapatos, cuando hay otros que lo que quieren son pies para poder caminar!
Tenemos lo necesario y nos preocupamos por la contingente; le damos más importancia a lo superfluo y nos olvidamos de lo esencial. No somos felices porque deseamos cosas que no necesitamos; gastamos lo que no tenemos en adquirir cosas innecesarias. A las mujeres y a los hombres de nuestros días, víctimas de la sociedad de consumo les interesan los autos, la ropa, los viajes, los "plasmas", los perfumes, las joyas, el lujo. Quieren aparentar ante los demás, ocultando o disfrazan su auténtica personalidad, situación que les produce ansiedad, angustia y "stress".
Unos tienen de más y otros, que son mayoría, carecen de lo indispensable- en la vorágine que genera la festividad navideña, muchos se debaten en la pobreza y en la miseria, padeciendo hambre, frío, enfermedades y soledad; mientras muy pocos derrochan en la abundancia y en la vanidad. Desigualdades sociales generadas por las diferencias económicas. Nadie tiene derecho a ser feliz, cuando come, mientras otros tienen hambre y sin medios para satisfacerla.
n la mesa del rico hay pavo, pierna, bacalao y caviar; el pobre es feliz, si en la suya hay, por lo menos, tamales y buñuelos.; el que tiene, brinda con champaña, wisky o cognac; el que carece dice salud con sidra, tequila, tepache, pulque, mezcal o sotol, dependiendo de la región y de los hábitos de consumo; atole o- un simple café. En la casa del afortunado hay abrigo y calefacción en invierno; refrigeración y clima artificial en verano, mientras que en la del desgraciado, las personas se conforman con braceros y calentones para soportar el frío, y con abanicos de cartón para ahuyentar el calor.
En el guardarropa del potentado hay abrigos, trajes, camisas y pantalones; zapatos, botas, tenis y pantuflas; en tanto que en el ropero del desafortunado sólo un pantalón, una camisa y un modesto par de zapatos. Las comodidades del rico contrastan con las carencias del pobre. Los discursos de los políticos retumban en los oídos de la gente: "Que nadie tenga lo superfluo mientras haya quien carezca de lo necesario". ¡Demagogia pura!
Hagamos conciencia de que necesitamos cambiar. El mundo cambiará positivamente, si empezamos por cambiar nosotros en ese sentido.